Y pusieron una mitra limpia sobre
su cabeza,
y le vistieron las ropas.
Zacarías 3:5.
Al
aproximarnos a los peligros de los últimos días, las tentaciones del enemigo se
vuelvan más fuertes y más decididas. Satanás ha descendido con gran poder,
sabiendo que su tiempo es corto; y está obrando “con todo engaño de iniquidad
para los que se pierden” (2 Tesalonicenses 2:10). Mediante la Palabra de Dios nos llega
el aviso de que, si fuera posible, engañaría a los mismos elegidos.
Sucesos
extraordinarios han de ocurrir pronto en el mundo. El fin de todas las cosas
está cercano. El tiempo de angustia está por llegar para el pueblo de Dios.
Será entonces cuando se promulgará el decreto que prohíbe comprar o vender a
quienes guardan el sábado del Señor, y cuando se los amenazará con castigos, y
aun con la muerte, si no observan el primer día de la semana como día de
reposo…
En el tiempo
de angustia, Satanás excita a los malvados y estos rodean a los hijos de Dios
para destruirlos. Pero no sabe que en los libros del cielo se ha escrito la
palabra “perdón” frente a sus nombres. Tampoco sabe que se ha dado esta orden:
“Quitadle esas vestiduras viles… Pongan mitra limpia sobre su cabeza, y
vístanlo con ropas nuevas”…
Aunque
hablamos de la necesidad de separarnos del pecado, recuerde que Cristo vino a
nuestro mundo a salvar a los pecadores, y que él “puede también salvar
perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25). Es nuestro
privilegio creer que su sangre es capaz de limpiarnos de toda mancha y suciedad
de pecado. No debemos limitar el poder del Santo de Israel. El desea que
vengamos a él tal como somos, pecaminosos y contaminados. Su sangre es eficaz.
Le suplico que no entristezca a su Espíritu al continuar en el pecado. Si usted
cae en tentación, no se desanime. Esta promesa resuena hasta nuestros tiempos:
“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el
justo” (1 Juan 2:1). Creo que los labios de los mortales debieran entonar un
canto continuo de acción de gracias por esta sola promesa. Reunamos estas
preciosas joyas de promesas, y cuando Satanás nos acuse por nuestra gran
pecaminosidad y nos tiente a dudar del poder de Dios para salvar, repitamos las
palabras de Cristo: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37) - Review
and Herald, 19 de noviembre de 1908; parcialmente en En los lugares
celestiales, p. 344.
Meditaciones Matutinas para adultos
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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