El Señor está cerca de quienes lo
invocan,
de quienes lo invocan en verdad.
Cumple los deseos de quienes le
temen;
atiende a su clamor y los salva.
Salmo 145:18
Dentro de la
gama de necesidades básicas del ser humano, se encuentra la intimidad con
nuestros seres queridos. Todos, incluso los más dados a la soledad, deseamos en
algún momento de nuestras vidas relacionarnos con nuestros semejantes, encontrar
en ellos apoyo y consuelo, y volcar en ellos nuestra capacidad de amor y de
ayudar.
El Creador ha
dotado a los seres humanos del anhelo de compañía íntima.
Desde el
principio dijo: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda
adecuada” (Génesis 2:18). Adán y Eva tenían una relación íntima entre ellos y
también con su Creador. Dice Elena de White: “Con frecuencia, cuando caminaban
por el jardín ‘al aire del día’, oían la voz de Dios y gozaban de la
comunicación personal con el Eterno” (La educación, cap. 2, p. 20).
Fue el pecado
el detonante que motivó la separación del hombre de Dios y, por ende, de sus
semejantes. A pesar de todo ello, Dios anhela ser nuestro compañero
inseparable, especialmente de aquellos que han sido abandonados o despreciados
por sus allegados y conocidos. Al desarrollar una intimidad con Dios, estaremos
asimismo en condiciones de brindar intimidad a quienes la necesitan y anhelan.
Sin embargo,
hay algunos factores externos que podríamos llamar “ladrones de intimidad”. Uno
de ellos lo constituyen las innumerables ocupaciones que no nos dejan tiempo
para estar con Dios y con los nuestros. Las relaciones íntimas se construyen
sobre una base de tiempo compartido. En una relación íntima, se intercambian
emociones y sentimientos; aunque muchos, debido a la crianza o al temperamento,
tengamos dificultades para hacerlo.
Hoy es un buen
día para que nos acerquemos a todos aquellos que creemos que se han ido
distanciando poco a poco de nosotras. El mejor lugar para comenzar es nuestro
propio hogar. El ánimo apagado del padre, del esposo, del hijo o del hermano
solitario, no ha de pasarnos desapercibido; quizá anhela el tierno abrazo de
una madre, o de una amiga. ¿Saldrás a su encuentro con los brazos abiertos?
Sobre todo,
aparta tiempo para intimar con Dios. Esta es una necesidad que no vas a poder
satisfacer con nada ni con nadie, únicamente con él. En su compañía encontrarás
consuelo y consejo; ¡él te dará su paz y su fortaleza!
Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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