sábado, 14 de diciembre de 2013

ANGUSTIA Y LIBERACIÓN EN LA PLAYA

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En mi angustia invoqué al Señor;
clamé a mi Dios, y él me escuchó desde su templo;
¡mi clamor llegó a sus oídos! 
(Salmo 18:6).

A lo largo de la historia, muchos cristianos han repetido las palabras del texto de hoy.

Dios escucha los clamores de sus hijos y los libra de sus angustias. Mi tía Altagracia es una cristiana humilde y entregada. Una vez fue con su hija y sus nietos a pasar un día en la playa. El día transcurrió como de costumbre en esos casos: nadar, jugar, descansar y comer.

Cuando llegó la hora de volver a casa, mi tía comenzó a caminar hacia el automóvil con sus nietos. Entonces, Marcelito comenzó a sufrir un ataque de asma, su enfermedad crónica.

Mi tía le gritó a su hija:

-¡Flor, apúrate, Marcelito ya comenzó con su ataque de asma! ¿Dónde está su medicina?

Mi prima fue corriendo al automóvil, había olvidado la medicina y era necesario apresurarse para llegar a casa. Mientras buscaba frenéticamente la llave, observó que los labios de Marcelito comenzaban a ponerse azules. El problema era grave. Era necesario llegar pronto a la casa. Pero la llave no aparecía. Aterrada, comprendió que la había perdido en la playa. Otra mirada a Marcelito fue suficiente para que el pánico se apoderara de ella.

Corrieron hacia la playa, pero cuando llegaron encontraron que la marea había cubierto totalmente la arena. Mi tía comprendió que la vida de su nieto estaba en serio peligro.

Cada instante podía significar la vida y la muerte. Urgía hallar la llave, pero el agua le llegaba a la rodilla en el lugar donde habían pasado todo el día. ¿Cómo encontrar la llave en aquel mar? Imposible. Las olas lo habían revuelto todo y la arena hervía literalmente debajo de sus pies.

Entonces mi tía hizo lo que dice nuestro texto de hoy. Clamó a Dios. Le habló en tono familiar al Señor a quien conocía muy bien. De lo más hondo de su corazón suplicó al Dios a quien había dedicado su vida, y a quien presentara sus angustias y aflicciones: “Señor, Dios mío, necesito esa llave. Dámela por favor”, dijo en una oración surgida de lo más hondo de su ser y purificada con las abundantes lágrimas que fluían de sus ojos. Luego se inclinó, metió las manos al agua, las hundió lo más que pudo, tomó un puñado de arena y levantó las manos. Cuando las abrió, la llave apareció ante sus ojos.

Busca al Señor todos los días para conocerlo. Luego clama a él cuando lo necesites y te escuchará.

Lecturas Devocionales para Jóvenes
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Por Félix Cortez


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