A las ancianas, enséñales que
sean reverentes
en su conducta, y no calumniadoras [...].
Deben enseñar lo
bueno y aconsejar a las jóvenes
a amar a sus esposos y a sus hijos, a ser
sensatas y puras, cuidadosas del hogar, bondadosas.
Tito 2:3-5
Es hora de que
las mujeres retomemos la dirección de nuestros hogares. Hablo de volver a
hacerlo, puesto que muchas en la actualidad han abandonado esa función por
considerarla poca cosa. Los hijos han sido entregados a profesores o niñeras,
con la expectativa de que sean ellos quienes los eduquen. Las riendas del hogar
han sido colocadas en manos de las trabajadoras domésticas, bajo el pretexto de
que nosotras “no nos merecemos una vida encerrada entre cuatro paredes”.
Las sagradas
funciones de la mujer en el hogar han sufrido un gran deterioro, por lo que
estamos pagando un elevado precio. Podemos comprobar cómo se desintegran los
matrimonios, y los hijos vagan por el vecindario en busca de afecto, optando
por formar parte de algún grupo social, que consideran como su familia.
La declaración
del apóstol Pablo adquiere una singular fuerza en esta época: “Deben enseñar
[...] y aconsejar a las jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a ser
sensatas y puras, cuidadosas del hogar” (Tito 2:3-5). El actual es un momento
de peligro para los hogares. Debemos tomar esto muy en cuenta y prestar
especial atención a las instrucciones divinas; de lo contrario, sufrirá lo que
más amamos: nuestra familia.
Cuidar de
nuestro hogar es una elevada responsabilidad que no hemos de tomar a la ligera.
No podemos transferir con dejadez esa tarea a otras personas.
Son nuestras
manos las que deben cumplir con ese ministerio de amor. No hagamos una
interpretación adecuada a nuestra conveniencia del mencionado mandato bíblico.
Los esposos,
por su parte, como sacerdotes del hogar deben asumir su liderazgo, al elevar y
enaltecer la vida en familia. Por otro lado, las esposas, como compañeras y
colaboradoras, se encargarán de contribuir para que todos sus moradores tengan
experiencias significativas que les hagan crecer como personas y como
cristianos.
Amiga, nuestra
meta es el reino de Dios. Allí descansaremos de nuestras inagotables y a veces
agobiantes tareas. Mientras tanto, ¡nos toca a nosotras continuar con nuestra
incesante tarea! ¡No desmayemos! ¡El Señor es nuestro sustentador y ayudador!
Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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