Dios, que ordenó que la luz
resplandeciera
en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para
que conociéramos la gloria de Dios
que resplandece en el rostro de Cristo.
(2
Corintios 4:6).
El 28 de
agosto de 1854 a las 6:00 de la mañana, después de una noche de calor
especialmente opresivo, la bebé de Thomas y Sara Lewis empezó a vomitar y sus
evacuaciones se volvieron muy líquidas, verdes y con un olor penetrante. La
niña había contraído cólera.
La familia
mandó llamar al doctor William Rogers y mientras este llegaba, Sara exprimió
los pañales de la niña en una cubeta de agua tibia, descendió al sótano de la
casa y la vació en la fosa séptica que se encontraba frente al edificio, en el
número 40 de la Calle Broad. Así empezó la epidemia de cólera más agresiva en
la historia de la ciudad de Londres, que duraría poco más de diez días y
causaría la muerte de 616 personas en una zona de apenas algunas manzanas.
En aquel
tiempo se creía que el cólera se transmitía por medio de miasmas, por el aire.
Lo que no se
sabía es que el cólera se transmitía por el agua. En un fascinante estudio
titulado The Ghost Map [El mapa fantasma], Steven Johnson relata la historia de
cómo John Snow y Henry Whitehead trabajaron incansablemente durante meses,
rastreando el origen y desarrollo de la epidemia, luchando contra la
superstición y la obstinación de científicos equivocados, para demostrar que el
cólera se había diseminado por el agua. Sin la ayuda de computadoras ni de
equipos modernos lograron rastrear el origen de la epidemia hasta la bebé Lewis
y encontraron cómo la fosa séptica que estaba enfrente de la casa había
contaminado la fuente de la Calle Broad que se encontraba a unos pocos metros
de distancia.
La hazaña de
esos dos hombres puso el fundamento de la epidemiología moderna, transformó el
desarrollo arquitectónico de las ciudades y la estructura del gobierno. La
tragedia es que la fuente de la Calle Broad era famosa por la calidad de su
agua. Algunas personas venían de otros barrios a beber de ella. En señal de
gratitud, los hijos enviaban a sus padres agua de aquella fuente a localidades
lejanas.
La epidemia
empezó con la enfermedad de un bebé, pero el pozo le dio a la epidemia su
fuerza devastadora. Dios nos ha elegido como portadores del “virus” del
evangelio.
¿Eres un
agente portador del virus del evangelio, o por el contrario transmites la
destrucción?
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