Día y noche repetían sin cesar: “Santo, santo, santo es el Señor Dios
Todopoderoso, el que era y que es y que ha de venir” (Apocalipsis 4:8).
¿Cantan
en realidad los seres vivientes día y noche, sin cesar, por toda la eternidad,
“Santo, santo, santo”? ¿O es una forma de referirse a la gratitud eterna que
llena sus corazones porque el Cordero de Dios pagó el alto precio de la
redención?
La historia de
Philip Paul Bliss puede ayudarnos a comprenderlo mejor. Fue un misionero
predicador y compositor de himnos que trabajó con Dwight L. Moody en sus
campañas de evangelización. En cierta ocasión, en diciembre del año 1876,
Philip y su esposa Lucy dejaron a sus hijos de cuatro y un año de edad con amigos
y familiares y tomaron el tren para asistir a un compromiso en el tabernáculo
de Moody. Mientras el tren cruzaba el río Ashtabula en Ohio, Estados Unidos, el
puente se derrumbó y el tren cayó a las heladas aguas. Philip se salvó, pero
regresó al tren con el fin de buscar a su esposa, que se encontraba atrapada en
un vagón incendiado. Nunca se recuperaron los cuerpos de Philip y Lucy, pero sí
el baúl de Philip. Contenía el manuscrito de la letra de lo que llegó a ser un
conocido himno: “I Will Sing of My Redeemer” [Cantaré de mi Redentor].
¿No es
paradójico alegrarse por la muerte de Cristo en una cruz? ¿Por qué es tan
extraordinario contemplar la historia del pago que realizó por nuestra
salvación? ¿Cómo podría ese himno ser una fuente de consuelo para los hijos de
Philip y Lucy?
Solo quien
comprende la magnitud y la gravedad de su condición perdida puede apreciar y
agradecer la grandeza del sacrificio de Cristo. Los cánticos del Apocalipsis
(5:9-13; 7:9-17; 12:10-12) son entonados por los redimidos, aquellos que ya
comprendieron la ruina de la cual Jesús los rescató. Al ver el abismo,
comprenden “la cantera” de donde Cristo los rescató, según dice el profeta
Isaías (51:1). Por eso la alabanza de los redimidos es perfecta y eterna. Por
la misma razón, los que más comprenden su condición pecaminosa y experimentan
la salvación de Cristo son expertos e incesantes en su alabanza y adoración del
Cordero.
Philip Paul
Bliss había dedicado su vida a la predicación del evangelio y la gloria de
Cristo era lo más importante para él. Alabemos a Cristo como redimidos que han
sido salvados de la muerte eterna.
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