Vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo.
Juan 14:3.
Se acercaba el
momento de la traición, el sufrimiento y la crucifixión de Jesús; y cuando los
discípulos se reunieron a su alrededor, el Señor les reveló los tristes eventos
que habrían de ocurrir, y sus corazones se llenaron de pena. Para consolarlos,
les habló estas tiernas palabras: “No se turbe vuestro corazón… vendré otra
vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:1-3). Apartó sus mentes de las escenas de
pesar y las llevó a las mansiones del cielo y al momento de la reunión en el
Reino de Dios… Aunque debía alejarse de ellos y ascender a su Padre, su obra a
favor de los que amaba no habría de concluir. Habría de preparar hogares para
los que, por su causa, habrían de ser peregrinos y extranjeros sobre la tierra…
Después de su
resurrección, “los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo.
Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al
cielo” (Luc. 24:50, 51)… ¿Imagina usted que cuando regresaron a Jerusalén se
dijeron uno al otro: “El Señor nos ha abandonado. ¿De qué vale intentar ganar seguidores
para Jesús? Regresemos a nuestras redes”?… No hay registro alguno de tal
conversación. No se ha escrito una frase ni se ha dado una sugerencia de que
hayan pensado dejar el servicio de su Señor ascendido para servir al yo y al
mundo. La mano del Señor se había extendido para bendecir a sus discípulos, que
dejaba al ascender. Habían visto su gloria. Él se había ido a preparar
mansiones para ellos. Su salvación había sido provista, y si ellos eran fieles
en el cumplimiento de las condiciones, seguramente lo seguirían hasta el mundo
de gozo sin fin. Sus corazones se llenaron con cantos de alegría y de alabanza.
Todos tenemos
el mismo motivo de agradecimiento. La resurrección y la ascensión de nuestro
Señor son una evidencia segura del triunfo de los santos de Dios sobre la
muerte y la tumba; y una promesa de que el cielo se encuentra abierto para
quienes lavan sus ropas del carácter y las emblanquecen en la sangre del
Cordero. Jesús ascendió al Padre como un representante de la raza humana, y
Dios traerá a los que reflejan su imagen para que contemplen y compartan la
gloria suya…
Avancemos
juntos para alcanzar la gran recompensa y unirnos al canto de los redimidos. Si
hemos de cantar las alabanzas de Dios para siempre en el cielo, primero debemos
cantarlas aquí - Signs of the Times, 27 de enero de 1888.
Meditaciones Matutinas para adultos
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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