De cierto, de cierto te digo,
que
el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios.
Juan 5:3.
Fue en la
euforia optimista y expectante del Segundo Gran Despertar que descubrimos a
quien parecía ser un candidato bastante desahuciado para el ministerio.
De hecho, a
los veinte años de edad, Guillermo Miller (nacido en 1792) estaba más
interesado en burlarse de los predicadores que en imitarlos. En particular,
descubrió que aquellos de su familia eran objetivos especialmente buenos para
esa clase de diversión. Los “favorecidos” por esa actividad incluían a su
abuelo Phelps (un pastor bautista) y a su tío Elihu Miller, de la Iglesia
Bautista de Low Hampton.
La imitación
que Miller hacía de las peculiaridades devocionales de su abuelo y de su tío
aportaba mucho entretenimiento para sus compañeros escépticos. Él imitaba con
“seriedad grotesca” las “palabras, los tonos de voz, los gestos, el fervor y
hasta el pesar que [sus parientes] pudieran manifestar por personas como él”.
Más allá de
funcionar como entretenimiento para sus amigos, esas exhibiciones servían de
testimonio de lo que era el joven Miller. Al igual que otros jóvenes en tiempos
de rápida transición cultural, Miller había pasado por su propia crisis de
identidad. Parte de su rebelión en contra de su familia, indudablemente, había
sido un aspecto de la eterna lucha de los adolescentes por discernir quiénes
son, en contraposición a sus padres.
Esa lucha,
desgraciadamente, es igualmente difícil para los padres y los adolescentes. Ese
era el caso de la madre de Guillermo, profundamente religiosa, que sabía de sus
travesuras, pero lo que menos pensaba era que eran divertidas: para ella, el
proceder de su hijo mayor era “la amargura de la muerte”.
Sin embargo,
Guillermo no siempre había sido un rebelde religioso. En sus primeros años,
había sido intensa y hasta atormentadoramente devoto. La primera página de su
diario (que comenzó a llevar en su adolescencia) contiene la declaración: “De
chico, me enseñaron a orar al Señor”. Como es la única declaración descriptiva
de sí mismo en la introducción de su diario, debió haberle parecido una
característica distintiva.
Pero, no
duraría demasiado. En su adultez temprana, Miller dejó el cristianismo y se
convirtió en deísta agresivo y escéptico, que satirizaba no solo a su abuelo
sino también al cristianismo en sí.
Pero, el
anciano abuelo Phelps nunca se dio por vencido. “No te aflijas tanto por
Guillermo”, consolaba a su madre. “Todavía hay algo por hacer por él en la
causa de Dios”.
Y así era.
Pero, desdichadamente para ella, llevaría tiempo hasta que esa profecía llegara
a cumplirse.
Phelps nunca
dejó de orar por sus hijos y sus nietos. Aquí hay algo importante para quienes
vivimos en el siglo XXI.
Meditaciones Matutinas para
adultos
“A MENOS QUE
OLVIDEMOS”
Por: George R. Knight