Y me seréis testigos en
Jerusalén,
en toda Judea, en Samaría,
y hasta lo último de la tierra.
Hechos
1:8.
Cristo ordenó
a sus discípulos que empezasen en Jerusalén la obra que él había dejado en sus
manos. Jerusalén había sido el escenario de su asombrosa condescendencia hacia
la familia humana. Allí había sufrido, había sido rechazado y condenado. La
tierra de Judea era el lugar donde había nacido. Allí, vestido con el atavío de
la humanidad, había andado con los hombres, y pocos habían discernido cuánto se
había acercado el cielo a la tierra cuando Jesús estuvo entre ellos. En
Jerusalén debía empezar la obra de los discípulos.
Pero, la obra
no debía detenerse allí. Había de extenderse hasta los más remotos confines de
la tierra. Cristo dijo a sus discípulos: Habéis sido testigos de mi vida de
abnegación en favor del mundo. Habéis presenciado mis labores para Israel.
Aunque no han querido venir a mí para obtener la vida; aunque los sacerdotes y
los príncipes han hecho de mí lo que quisieron; aunque me rechazaron según lo
predecían las Escrituras, deben tener todavía una oportunidad de aceptar al
Hijo de Dios. Habéis visto todo lo que me ha sucedido; habéis visto que a todos
los que vienen a mí confesando sus pecados yo los recibo libremente. De ninguna
manera echaré al que venga a mí. Todos los que quieran pueden ser reconciliados
con Dios y recibir la vida eterna. A vosotros, mis discípulos, confío este
mensaje de misericordia. Debe proclamarse primero a Israel, y luego a todas las
naciones, las lenguas y los pueblos…
Mediante el
don del Espíritu Santo, los discípulos habían de recibir un poder maravilloso.
Su testimonio iba a ser confirmado por señales y prodigios…
Los discípulos
tenían que comenzar su obra donde estaban. No habían de pasar por alto el campo
más duro ni menos promisorio. Así también, todos los que trabajan para Cristo
han de empezar donde están. En nuestra propia familia puede haber almas
hambrientas de simpatía, que anhelan el pan de vida.
Puede haber
hijos que han de educarse para Cristo. Hay paganos a nuestra misma puerta.
Hagamos fielmente la obra que está más cerca. Luego, extiéndanse nuestros
esfuerzos hasta donde la mano de Dios nos conduzca. La obra de muchos puede
parecer restringida por las circunstancias; pero dondequiera que esté, si se
cumple con fe y diligencia, se hará sentir hasta las partes más lejanas de la
tierra. La obra que Cristo hizo cuando estaba en la tierra parecía limitarse a
un campo estrecho, pero multitudes de todos los países oyeron su mensaje
— Review and Herald, 9 de octubre de 1913; también se encuentra en El Deseado de
todas las gentes, pp. 759-762.
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