Isaí le presentó a siete de sus
hijos,
pero Samuel le dijo: “El Señor no ha escogido
a ninguno de ellos. ¿Son
estos todos tus hijos?”
“Queda el más pequeño”, respondió Isaí,
“pero está
cuidando el rebaño”.
“Manda a buscarlo”, insistió Samuel,
“que no podemos
continuar hasta que él llegue”.
(1 Samuel 16:10,11).
Justo después
de la Primera Guerra Mundial, un joven profesor de Psicología de la Universidad
de Stanford inició uno de los estudios científicos sobre inteligencia más
famosos de la historia. Con la ayuda de un equipo bien organizado y una
cuantiosa ayuda financiera, Lewis Terman decidió efectuar pruebas de
inteligencia a todos los niños de las escuelas primarias y secundarias de
California con el propósito de identificar a los genios que pudiera haber entre
ellos. Terman estaba convencido de que la capacidad intelectual es lo más
importante de un individuo y que los genios que lograra identificar en el grupo
serían los futuros líderes del país. Cuando las pruebas terminaron, Terman
había calificado la inteligencia de doscientos cincuenta mil alumnos y había
encontrado a mil cuatrocientos setenta niños (menos del uno por ciento del
total) con un coeficiente intelectual entre 140 y 200. Todos esos niños eran
genios y recibieron el apodo de “termitas”.
El tiempo, sin
embargo, no le dio la razón a Lewis Terman. Cuando los “termitas” llegaron a la
edad adulta se hizo evidente que la inteligencia no es lo que más importa.
Algunos “termitas” escribieron libros; otros, artículos eruditos, y otros
fueron empresarios de éxito, pero pocos de ellos tuvieron alguna importancia
nacional y ninguno obtuvo el Premio Nobel o algún reconocimiento internacional.
La mayoría estudió carreras comunes y una cantidad sorprendente de ellos
experimentó el fracaso profesional. Lo más sorprendente fue, sin embargo, que
el estudio había eliminado, por falta de capacidad intelectual, a William
Shockley y a Luis Álvarez, que más tarde ganarían el Premio Nobel de Físíca.
El estudio de
Terman ha demostrado que no se necesita ser un genio para hacer cosas grandes
en la vida. Hay otras cosas que son más importantes. Te sugiero algunas:
creatividad, capacidad de trabajar duro, habilidad para trabajar en equipo y
tener buenas relaciones sociales, disciplina e integridad moral.
Al joven
David, un simple pastor de ovejas, su padre lo puso a un lado porque quizá
pensaba que no tenía mucho futuro, o porque era muy pequeño. Es posible que
otros hagan lo mismo contigo, pero no te preocupes. Aprovecha las
circunstancias en que te encuentras y aprende las lecciones que te servirán
para hacer cosas mayores en el futuro.
Dios, que
observa tu corazón, reconocerá tus esfuerzos y los recompensará.
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Por Félix Cortez
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