Todo tiene su momento oportuno;
hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
[...] un tiempo para
callar, y un tiempo para hablar.
Eclesiastés 3:1,7
El habla es
uno de los medios de comunicación más directos que existen. Por medio de las
palabras habladas podemos expresar sentimientos, estados de ánimo, creencias e
ideas. Se dice, y con razón, que “hablando se entiende la gente”.
Sin embargo,
algunas veces hablar en exceso puede jugarnos malas pasadas, y no hablar lo
suficiente puede constituir una injusticia. En la Biblia leemos un consejo del
sabio que conviene tener siempre en cuenta: “El que mucho habla, mucho yerra; el
que es sabio refrena su lengua” (Proverbios 10:19).
Las palabras
que proferimos se relacionan, la mayor parte de las veces, con lo que tenemos
en mente. Decimos lo que pensamos, por eso resulta tan necesario examinar y
revisar bien lo que vamos a decir antes de abrir la boca. Si esa revisión
previa nos aconseja callar, será mejor “mordernos la lengua” que ir en contra
de nuestra propia prudencia.
Por otro lado,
mediante las palabras mucha gente disfraza y oculta lo que realmente piensa.
Quizá adulan y lisonjean cuando en realidad abrigan sentimientos de
animadversión u odio. La lisonja también la pueden usar egoístamente mientras
ensalzan las supuestas virtudes que alguien posee, con el fin de sacar algún
provecho personal. Pero la peor manera de usar las palabras es extender un
rumor, un chisme o una verdad a medias respecto a una persona o suceso. Quienes
así actúan, no se dan cuenta de que, mientras afectan la reputación de otra
persona, también están destruyendo la suya propia. En la Biblia se describe la
calidad humana de dichas personas: “Afilan su lengua cual lengua de serpiente;
¡veneno de víbora hay en sus labios!” (Salmo 140:3). ¿Puede acaso haber una
categoría de personas peor que esa?
Mi querida
hermana y amiga, recordemos que el don de hablar bien es algo que se puede
cultivar con la ayuda de Dios. Es un fruto espiritual que debería adornar el
carácter de toda mujer cristiana.
Pidamos al
Señor que cada vez que nuestros labios se abran, puedan expresar palabras
edificantes y de bendición. El escritor estadounidense Ernest Hemingway dijo en
cierta ocasión: “Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para
aprender a callar”. No podía haber estado más atinado.
Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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