Donde tengan ustedes su tesoro,
allí estará también su corazón.
(Lucas 12:34).
En 1628, un
grupo de buzos persas encontró la “Perla de Asia”. Pesa seiscientos quilates,
tiene la forma de una gota, de unos siete centímetros de largo y cinco de
espesor, y es la perla natural más grande que existe. Unos saqueadores la
robaron de la tumba del emperador Quianlong, emperador manchú de la China, en
1799, un siglo después de su muerte. El paradero de la perla fue un misterio
hasta que apareció dieciocho años más tarde en Hong Kong, usada como garantía
por un cuantioso préstamo que jamás fue devuelto.
Después un
comprador de nombre desconocido de París compró la perla por un precio que
nunca fue revelado.
Hace dos mil
años Jesucristo contó la historia de un mercader que compró una perla de gran
precio: “Se parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando
perlas finas. Cuando encontró una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía
y la compró” (Mateo 13:45,46). Como dijo William Barclay en Mateo: “En el mundo
antiguo las perlas ocupaban un lugar muy especial en el corazón de los hombres.
La gente procuraba obtener una perla hermosa no solo por su valor monetario,
sino por su belleza. Encontraban un placer estético en poseer y mirar una perla
[...]. Las fuentes principales de perlas en aquellos tiempos eran las costas
del Mar Rojo y las de la lejana Gran Bretaña. Pero un mercader estaría
dispuesto a revisar todos los mercados del mundo para encontrar una perla de
singular belleza”.
Esta, como
todas las parábolas y todas las enseñanzas de Jesús, está llena de significado. Pero un
significado evidente es que el mercader que busca buenas perlas es una persona
que busca diligentemente un Salvador. Este Salvador vale tanto como todo lo que
esa persona tiene, así como la perla valía todo para el mercader. Si la
salvación es gratuita y no podemos comprarla, ¿por qué el mercader vendió todo
lo que tenía para comprarla? Porque lo que poseemos a menudo nos posee a
nosotros. Porque las posesiones pueden controlar nuestra vida, algo que
solamente Dios debiera hacer. La salvación cuesta todo lo que tenemos, pero su
valor es inestimable.
¿Ya vendiste
todo lo que tienes? ¿Ya compraste la perla de gran precio? No dudes un solo
instante. La transacción vale la pena.
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Por Félix Cortez
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