La gente se asombraba de su
enseñanza,
porque la impartía como quien tiene autoridad
y no como los maestros
de la ley.
(Marcos 1:22).
El segundo
componente vital de una epidemia es un germen altamente contagioso. Los virus
tienen la misteriosa habilidad de mutar e innovar. Tienen la capacidad de
recombinarse, es decir, pueden introducir su material genético en el ADN de
organismos no relacionados con ellos. Es como si un día, una joven de cabello
negro despertara con el cabello rojo después de haber trabajado durante un año
en un cubículo contiguo al de una pelirroja.
Una de las
grandes preocupaciones de las organizaciones sanitarias mundiales es que el
virus H5N1, de la gripe aviar, mute en un virus que sea transferible entre
seres humanos.
El índice de
mortalidad sería del 75%. ¿Te imaginas? Podría pasar si el virus de la gripe
aviar se encontrara con un virus de la gripe humana tipo A, por ejemplo, en el
mismo ser humano.
Hay algunos
científicos que piensan que esto sucederá inevitablemente.
¿Cómo podemos
crear un virus del evangelio que sea efectivo? Hace tiempo, el canal
estadounidense de televisión Nickelodeon decidió crear un programa que captara
la atención de los niños y les enseñara a aprender, que reemplazara a Plaza
Sésamo. El resultado fue Las pistas de Blue, que tuvo un éxito extraordinario.
¿Cómo lograron crearlo? Un proceso de investigación riguroso indicó que el programa
tendría que tener las siguientes cuatro características. Primero, era preciso
que la información fuera práctica, que el público pudiera saber cómo se
aplicaba esa información a su vida personal. Segundo, la estructura del mensaje
tenía que ser narrativa. A los seres humanos nos gustan las historias y las
entendemos.
Tercero, era
necesario que hubiera una oportunidad de participación, de manera que el
público se involucrase, respondiera e interactuara con la historia. Finalmente,
la repetición del mensaje era un requisito indispensable porque fija el mensaje
en la mente.
Esa lista de
cuatro factores es muy interesante. Siempre que hablemos a otros de Cristo
tendríamos que evaluar si nuestra enseñanza se amolda a estos factores. ¿Es el
nuestro un mensaje práctico, útil para la vida de quien escucha? ¿Tiene una
estructura narrativa fácil de seguir y entender? ¿Ofrecemos oportunidades para
que nuestro público participe, reaccione y se involucre en el mensaje, o
solamente deseamos que nos escuche pacientemente?
¿Repetimos el
mensaje para que se quede grabado en la mente?
Nuestro
mensaje es inmutable. No puede ni debe cambiar. Sin embargo, nuestro modo de
presentarlo debe sufrir una mutación que lo haga más contagioso para los que
nos oyen. Debemos utilizar medios efectivos, envolverlo atractivamente y
presentarlo con convicción.
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