jueves, 26 de diciembre de 2013

LOS FRAGILES COPOS DE NIEVE

Portada Mujeres
Señor, ponme en la boca un centinela;
un guardia a la puerta de mis labios.
No permitas que mi corazón se incline a la maldad,
ni que sea yo cómplice de iniquidades;
no me dejes participar de banquetes
en compañía de malhechores.
Salmo 141:3-4

Hace algunos años me tocó vivir en un lugar donde, en los meses de invierno, todo se cubría con un blanco y espeso manto de nieve. Era un espectáculo singular contemplar, a través de la ventana, la forma en que los frágiles copos de nieve se iban amontonando para luego, con el paso de los días, transformarse en sólidas capas de hielo que, al endurecerse, resultaban muy difíciles de romper.

Cuando eso sucedía se hacía necesario que unos camiones especiales rompieran y retiraran aquellas enormes acumulaciones. Únicamente de esa forma se podían despejar las calles que de otro modo quedarían intransitables.

Esa experiencia me ha llevado a pensar que algo similar ocurre a veces con las palabras que en ocasiones pronunciamos. Algunas, llenas de sarcasmo, ironía o burla, se van acumulando en la vida de quien las recibe, hasta que su corazón se enfría y se vuelve duro e insensible hacia nosotros o, lo que es peor, hacia todo el mundo. En las Sagradas Escrituras leemos la amonestación del sabio: “Quien habla el bien, del bien se nutre, pero el infiel padece hambre de violencia. El que refrena su lengua protege su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina” (Proverbios 13:2-3).

El poder de las palabras es innegable. Con ellas podemos construir o destruir.

A veces basta una sola palabra para suscitar amor, mientras que en otras ocasiones pueden ser un motivo de desengaño. Y cómo deshacernos de las palabras, si están en la mente, viajan por nuestra garganta, se deslizan por la lengua y salen a través de nuestros labios, transformadas en caricias de vida u ofensas de muerte…

Las palabras que salían de los labios del Maestro de Galilea infundían consuelo al afligido y al pecador, sanaban al enfermo y generaban vida. Cristo Jesús jamás permitió que un alma afligida se marchara sin antes haber recibido el bálsamo sanador de una palabra compasiva.

Amiga, haz que tus palabras reanimen en todo momento el corazón de tus amados. Permite que el tibio afecto que emana de un corazón santificado derrita todo hielo de fría indiferencia. Aprende a endulzar tus labios con el elixir de amor que tiene su origen en nuestro Dios.


Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado

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