Cuando llegaron a la casa, vieron
al niño con María,
su madre; y postrándose lo adoraron.
Abrieron sus cofres y
le presentaron
como regalos oro, incienso y mirra.
Entonces, advertidos en
sueños de que no volvieran
a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.(Mateo 2:11).
Esa noche, al
terminar la reunión de Nochebuena, llena de alegría y amor fraternal, el
anciano relojero del pueblo se acercó al pastor.
-Esa tela -le
dijo-, me recuerda a mi esposa, que en paz descanse. Ella y yo tuvimos un
mantel exactamente igual en nuestra casa de Viena.
Al pastor se
le hizo un nudo en la garganta. Llamó a su esposa y, con el anciano, buscaron y
encontraron a la familia que había puesto el anuncio en el periódico.
Consiguieron de ella la dirección de la anciana que había solicitado el empleo,
pero que hablaba un inglés deficiente. Luego, la buscaron y la encontraron.
Cuando los
ancianos esposos (que habían pensado el uno del otro que habían muerto hacía
años) se abrazaron entre sollozos, el pastor y su esposa también lloraron. Todo
el desánimo, el chasco y la tristeza que aquella cruel tormenta había traído se
habían transformado en bendiciones. El Señor realmente había hecho una
provisión.
La Navidad
debería ser una época de búsqueda y encuentros, una ocasión para descubrir otra
vez al Cristo que le da su verdadero sentido. La parte más extraña del relato
de los sabios de Oriente que encontraron a Jesús en Belén, es que, en ese
tiempo, los que se consideraban más sabios de Jerusalén no se molestaron en
buscarlo. Por eso no lo encontraron.
Sabían
exactamente dónde nacería. Indicaron a los sabios dónde encontrarlo. Pero no se
interesaron lo suficiente como para buscarlo ellos mismos. ¿Por qué? Estaban
tan seguros de su propia sabiduría que terminaron haciendo el ridículo, por
todos los siglos, como los hombres más necios de sus días.
De paso,
recordemos que fue la estrella la que guió a los sabios a Jerusalén. Pero las
Escrituras los guiaron a Belén. Vivimos en una época en que los hombres “más
sabios” de nuestro mundo todavía se burlan de la historia de Belén. Pero los
verdaderos sabios encuentran a Jesús y lo adoran, lo reconocen como el Rey que
vino a nosotros para que pasemos toda la eternidad en su reino de gloria.
Busquemos y
encontremos a Jesús cada día de la vida, para que podamos tener parte en su
reino de gloria. La Navidad es la mejor época para buscarlo y encontrarlo.
¿Sabías qué..?
Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez
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