sábado, 7 de diciembre de 2013

EL ULTIMO HOMBRE QUE LO SABIA TODO

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Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, 
pídasela a Dios, y él se la dará,
pues Dios da a todos generosamente 
sin menospreciar a nadie.
(Santiago 1:5).

Ayer te comentaba que Dios dio a Salomón más inteligencia que a alguna otra persona que haya existido antes o después de él. Hoy mi mensaje para ti es que Dios te ha hecho la misma oferta que le hizo a Salomón. Santiago 1:5 dice que si nos falta sabiduría, Dios promete dárnosla sin menospreciar a nadie. ¡Es una oferta espectacular! Déjame contarte de algunas personas de asombrosa inteligencia.

Albert Einstein, considerado por algunos el más grande genio de todos los tiempos, era un admirador de Thomas Young. Este fue un niño prodigio. A los dos años aprendió a leer y a los cuatro había leído la Biblia dos veces. A los catorce años sabía griego y latín, pero además estaba familiarizado con el francés, el italiano, el hebreo, el caldeo, el siríaco, el samaritano, el árabe, el persa, el turco y el amárico. Fue el primero en resolver parcialmente los jeroglíficos egipcios (especialmente la Piedra de Rosetta). En 1802 propuso la teoría ondulatoria de la luz. Por si fuera poco, también hizo contribuciones científicas importantes en diversos campos como la visión, la mecánica de sólidos, la energía, la fisiología, el lenguaje, la armonía musical y la egiptología. Hacia el final de su vida, Young había escrito 63 artículos en la Encyclopaedia Britannica, entre ellos “Languages”, en que compara la gramática y el vocabulario de cuatrocientos idiomas. No es extraño que se lo haya considerado como “la última persona que lo sabía todo”.

¿Quiere decir el versículo de esta mañana que si le pedimos a Dios, nos hará tan inteligentes como Thomas Young? Podría, pero quiere darnos algo diferente que es aún mejor, por más que te cueste creerlo. Nos quiere dar sabiduría.

La sabiduría y la inteligencia son cosas distintas. Salomón era tan inteligente (como los eruditos) como sabio. La sabiduría que Salomón pidió es descrita en 1 Reyes 3:9 como la capacidad “para distinguir entre el bien y el mal”. En pocas palabras, la capacidad para tomar buenas decisiones (puedes comparar con Santiago 3:13-16). Es lo más valioso que Dios nos puede dar. Porque esta capacidad es fundamental para que seamos felices en esta tierra y para que vayamos al cielo. ¿Por qué no pides a Dios que te dé la capacidad de discernir entre el bien y el mal en esta mañana? 

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Por Félix Cortez

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