Si a alguno de ustedes le falta
sabiduría,
pídasela a Dios, y él se la dará,
pues Dios da a todos generosamente
sin menospreciar a nadie.
(Santiago 1:5).
Ayer te
comentaba que Dios dio a Salomón más inteligencia que a alguna otra persona que
haya existido antes o después de él. Hoy mi mensaje para ti es que Dios te ha
hecho la misma oferta que le hizo a Salomón. Santiago 1:5 dice que si nos falta
sabiduría, Dios promete dárnosla sin menospreciar a nadie. ¡Es una oferta
espectacular! Déjame contarte de algunas personas de asombrosa inteligencia.
Albert
Einstein, considerado por algunos el más grande genio de todos los tiempos, era
un admirador de Thomas Young. Este fue un niño prodigio. A los dos años
aprendió a leer y a los cuatro había leído la Biblia dos veces. A los catorce
años sabía griego y latín, pero además estaba familiarizado con el francés, el
italiano, el hebreo, el caldeo, el siríaco, el samaritano, el árabe, el persa,
el turco y el amárico. Fue el primero en resolver parcialmente los jeroglíficos
egipcios (especialmente la Piedra de Rosetta). En 1802 propuso la teoría
ondulatoria de la luz. Por si fuera poco, también hizo contribuciones
científicas importantes en diversos campos como la visión, la mecánica de
sólidos, la energía, la fisiología, el lenguaje, la armonía musical y la egiptología.
Hacia el final de su vida, Young había escrito 63 artículos en la Encyclopaedia
Britannica, entre ellos “Languages”, en que compara la gramática y el
vocabulario de cuatrocientos idiomas. No es extraño que se lo haya considerado
como “la última persona que lo sabía todo”.
¿Quiere decir
el versículo de esta mañana que si le pedimos a Dios, nos hará tan inteligentes
como Thomas Young? Podría, pero quiere darnos algo diferente que es aún mejor,
por más que te cueste creerlo. Nos quiere dar sabiduría.
La sabiduría y
la inteligencia son cosas distintas. Salomón era tan inteligente (como los
eruditos) como sabio. La sabiduría que Salomón pidió es descrita en 1 Reyes 3:9
como la capacidad “para distinguir entre el bien y el mal”. En pocas palabras,
la capacidad para tomar buenas decisiones (puedes comparar con Santiago 3:13-16).
Es lo más valioso que Dios nos puede dar. Porque esta capacidad es fundamental
para que seamos felices en esta tierra y para que vayamos al cielo. ¿Por qué no
pides a Dios que te dé la capacidad de discernir entre el bien y el mal en esta
mañana?
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Por Félix Cortez
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