Yo te ruego que le des a tu
siervo discernimiento
para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien
y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo tuyo?
(1
Reyes 3:9).
No recuerdo la
fecha exacta, pero si con bastante claridad el mensaje que recibí en mi
teléfono celular varios años atrás: “Te ganaste una Ford Lobo del año y además
quinientos mil pesos. Llama al teléfono…” Como te podrás imaginar, el mensaje
me emocionó bastante. De inmediato, me imaginé conduciendo un precioso vehículo
nuevo y empecé a pensar cómo gastaría el dinero (¿o mejor debía ahorrarlos?).
Solo había un problema:
¡Yo no había
participado en ningún sorteo! Las empresas que yo había contratado tampoco
habían hecho una rifa. Con más calma, me di a la tarea de examinar con mayor
detenimiento el mensaje. No me llevó mucho tiempo descubrir que era una
estratagema para obtener información personal y después usarla para fines poco
éticos.
Salomón, sin
embargo, sí recibió una oferta genuina de Dios: “Pídeme lo que quieras” (1 Reyes 3:5). El joven monarca, que entonces ya era muy inteligente, pidió a Dios
sabiduría para gobernar al pueblo que se le había encargado. El Señor se sintió
tan contento por la petición de Salomón que no solo le dio más sabiduría de la
que alguien tuvo antes o después de él, sino que también le dio riquezas y
fama.
Salomón se
hizo tan famoso y rico que “todo el mundo procuraba visitarlo para oír la
sabiduría que Dios le había dado” (1 Reyes 10:24). Fue el más grande filósofo.
Pero también escritor, músico, botánico, zoólogo, ornitólogo, herpetólogo e
ictiólogo (lee 1 Reyes 4:29-34).
No ha existido
ni existirá nadie con el genio de Salomón.
Albert
Einstein es considerado uno de los intelectos más prolíficos en la historia de
la humanidad. En 1905, cuando trabajaba como examinador de tercera clase en una
oficina de patentes en Suiza, y su tesis no había sido aprobada todavía, en su
tiempo libre escribió cuatro artículos que transformaron la ciencia de su
tiempo. El primero demostró que la luz puede ser concebida a la vez como
partículas y como ondas. El segundo probó la existencia de los átomos y las
moléculas. El tercero, sobre la teoría de la relatividad, demostró que el
espacio y el tiempo no son absolutos. El cuarto destacó la equivalencia que
existe entre masa y energía que describe la ecuación E=mc2. ¡No está nada mal
para unos meses de trabajo!
Pero Salomón
todavía fue más grande. Pide hoy a Dios sabiduría para resolver los múltiples
desafíos que tienes por delante.
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Por Félix Cortez
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