Más vale joven pobre pero sabio
que rey viejo pero necio,
que ya no sabe recibir consejos.
(Eclesiastés 4:13).
Se cuenta que,
en tiempos antiguos, un rey de Tartaria salió a caminar en compañía de algunos
de sus nobles. A un lado del camino había un monje que gritaba:
-¡A
quienquiera que me dé cien dinares le daré un buen consejo!
El rey se
acercó y le dijo:
-¿Cuál es el
buen consejo que me das por cien dinares?
-Señor
-contestó el religioso-, ordena que me entreguen esa suma y te lo diré de
inmediato.
Así lo hizo el
rey, esperando escuchar algo extraordinario. El monje le dijo:
-Mi consejo es
este: “Nunca comiences algo sin haber reflexionado sobre cuál será el final de
tu empresa”.
Al oírlo todos
los nobles se echaron a reír. Pero el rey dijo:
-No se rían
del buen consejo que me ha dado. Nadie ignora que todos debiéramos pensar muy
bien antes de emprender cualquier cosa. Pero a diario somos culpables de no
recordarlo y las consecuencias son muy graves. Valoro mucho el consejo que me
ha dado este monje.
El rey decidió
tener siempre presente el consejo recibido y ordenó que fuera grabado en letras
de oro sobre las paredes y en una fuente de plata. Algún tiempo después, un
conspirador intentó asesinar al rey. Sobornó al cirujano real con la promesa de
conseguirle el cargo de primer ministro del reino si clavaba un bisturí
envenenado en el brazo del soberano.
Cuando llegó
el momento de hacer una sangría al rey, llevaron una fuente para recoger en
ella la sangre real. De pronto el cirujano reparó en las palabras grabadas en
el recipiente:
“Nunca
comiences algo sin haber reflexionado sobre cuál será el final de tu empresa”.
Solo entonces se dio cuenta de que, si el conspirador llegaba a ser rey, podía
hacerlo asesinar de inmediato, con lo cual no tendría necesidad de cumplir con
lo pactado.
El rey, al ver
temblar al cirujano, le preguntó qué le sucedía. El cirujano confesó la verdad,
el conspirador fue apresado y el rey mandó llamar a todos los que habían estado
presentes cuando el monje dio su consejo, y les dijo: “¿Todavía se ríen del religioso?”
El joven pobre
y sabio puede ser mejor que un rey si oye el consejo de quienes lo aman.
El consejo de
Dios primero, luego los de los padres, y al final el de los sabios.
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