Si reparto entre los pobres todo
lo que poseo,
y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no
tengo amor, nada gano con eso.
(1 Corintios 13:3).
¿El que da es realmente más feliz que el que recibe? Nuestra
dificultad para entender esta aseveración de Jesús radica en el hecho de que la
naturaleza humana tiende hacia la dirección opuesta. El ser humano es
ambicioso; tenga mucho o poco. Esta tendencia por conseguir y obtener revela
una característica esencial de la humanidad: el sentido profundo de que algo
nos falta, carecemos de algo, no estamos completos.
Algunos
acumulan objetos; otros, relaciones, logros o títulos, porque muy dentro de
nosotros sentimos una carencia de seguridad, afecto, realización o autoestima.
Pareciera que una ley del espíritu impide que haya vacíos en nuestra vida. Hay
que llenar todo espacio de algún modo.
¿Dónde empezó
todo esto? En el Edén. La serpiente logró convencer a Eva de que algo le
faltaba, que le habían quitado o negado algo, que necesitaba llenar ese vacío.
Pero era ficticio. No necesitaba el “conocimiento del bien y del mal”; de
hecho, estaba mejor sin él.
Finalmente
sucedió lo que Eva no quería. La obtención del conocimiento del bien y del mal
le produjo un vacío, una ruptura, puesto que se perdió la relación con Dios y
el derecho al árbol de la vida. Desde entonces los seres humanos intentamos
colmar esos espacios vacíos.
El décimo
mandamiento pone el dedo en la llaga: “No codicies” (Éxodo 20:17). Ataca la
esencia de nuestras carencias como seres humanos, la codicia. El apóstol Pablo
expresó lo mismo en términos diferentes: “Raíz de todos los males es el amor al
dinero” (1 Timoteo 6:10).
Podrías
decirme: “Ya entendí, lo que quieres decir es que tenemos que dar para llenar
nuestra vida de significado”. Bueno, la verdad es que eso no siempre sirve. La
Biblia también dice que podemos dar todo lo que tenemos a los pobres y de todas
maneras sentirnos miserables, además de quedar pobres (1 Corintios 13:3).
Lo que Jesús
quiso decir no es que demos para ser felices, sino que demos porque somos
felices. La generosidad es una expresión de riqueza, de plenitud, de
suficiencia. “Solo da quien tiene”. Cuando Cristo ha llenado tu vida y te ha
dado salvación, entonces puedes dar y ser feliz. ¿Te alegra dar o compartes
solamente lo que te sobra?
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