Les digo que se valgan de las
riquezas
mundanas para ganar amigos,
a fin de que cuando estas se acaben haya
quienes los reciban a ustedes en las viviendas eternas.
(Lucas 16:9).
¿Te parece
confuso el texto de hoy? Pues lee el siguiente relato árabe y luego lo
entenderás.
Un visir había
servido a su amo durante unos treinta años y era reconocido y admirado por su
lealtad, sinceridad y devoción a Dios. Esa sinceridad, sin embargo, le había
ganado en la corte muchos enemigos que difundieron falsas historias sobre su
“ambigüedad” y “perfidia”. Día y noche llenaron los oídos del sultán, hasta que
él también comenzó a dudar del inocente visir y al final condenó a muerte al
hombre que le había servido fielmente durante tantos años. En aquel lugar era
costumbre que los condenados a muerte fueran atados de pies y manos y arrojados
al corral en el cual estaban encerrados los más feroces perros de caza del
sultán, que de inmediato se abalanzarían sobre la víctima y la desgarrarían.
Sin embargo,
antes de ser arrojado a los perros, el visir pidió que se le concediera un
último deseo: “Me gustaría que me diesen diez días de gracia, para que pueda
pagar mis deudas, cobrar lo que me deben, devolver los objetos cuya guarda se
me encomendó, distribuir mis bienes entre mis familiares y designar un tutor
para mis hijos”. Después de asegurarse de que el visir no escaparía, el sultán
concedió su pedido. El visir corrió a su casa, recogió cien monedas de oro y
fue a visitar a quien cuidaba los perros del rey. Le ofreció las monedas de oro
y le dijo: “Déjame cuidar a los perros durante diez días”. El hombre aceptó y
durante los siguientes diez días el visir cuidó de los perros con suma
atención, limpiándolos, cepillándolos y alimentándolos muy bien. Al final los
perros comían de su mano.
Transcurridos
los diez días el visir fue llamado, se repitieron los cargos, lo ataron de pies
y manos y lo arrojaron a los perros. Para asombro del sultán, los perros
corrieron a lamerle las manos y los hombros. Le habían perdonado la vida. El
sultán también le perdonó la vida por su sagacidad. Aprovechó la única
oportunidad que tenía para salvarse.
Aunque no
podemos aplaudir los medios que el visir usó para salvarse, sí debemos
reconocer su habilidad para echar mano de las oportunidades que tuvo a su
alcance. Como dice el Comentario bíblico adventista, al hablar de la parábola
del mayordomo infiel: “La verdad a la cual dirige la atención es que deberíamos
aprovechar las oportunidades presentes para asegurar nuestro bienestar eterno”.
¿Aprovechas
todas tus oportunidades presentes para obtener tu salvación eterna?
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