Vayan y hagan discípulos de todas
las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu
Santo,
enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado
a ustedes. Y les
aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.
(Mateo 28:19,20).
Hace años
existía en la Ciudad de México, cerca de la intersección entre la avenida
Insurgentes y el Eje 7 Sur, una venta de bocadillos que se llamaba “El
capricho”. Nos gustaba ir allí. Los bocadillos eran de tamaño descomunal. Yo
diría colosales, quizá arrogantes… Además, deliciosos. El problema es que, una
vez que te servían el bocadillo en el plato, era difícil darle el primer
mordisco. Sencillamente, la boca es muy pequeña. ¿Por dónde empezar?
¿No te parece
que la petición que Dios nos hace de predicar el evangelio en todo el mundo
está más allá de nuestra capacidad? Es una tarea colosal, enorme, desmedida,
gigantesca.
Consulté el
reloj de población mundial el 9 de noviembre de 2011 a las 11:46 de la mañana y
éramos un total de 7.001.870.040 habitantes. Pero el reloj avanza muy
rápidamente.
Solo en el
tiempo que te lleva leer esta página habrán nacido alrededor de 1.500 personas
más. Muchos sitios en Internet llevan la cuenta de la población mundial; uno
que puedes consultar es www.worldometers.info/world-population. La población
aumenta a un ritmo mayor del que podemos evangelizar, pero Dios es poderoso y
prometió estar con nosotros hasta el final, así que cumplir la orden es
factible. Pero ¿cómo? ¿Por dónde podemos empezar a cumplir con esa colosal
misión?
Permíteme
sugerirte que necesitamos una “pandemia” del evangelio. El virus debe ser
especialmente agresivo y altamente contagioso para que pueda “infectar” a la
población mundial. Las pandemias son potentes. El 18 de marzo de 2009 se
identificó por primera vez en la Ciudad de México el estallido de una epidemia
de gripe que luego se transformaría en pandemia. Al virus se le dio el nombre de (H1N1). Su avance fue tan rápido que pocos días después, el gobierno,
literalmente, detuvo la actividad del país con la esperanza de contenerlo.
El impacto fue
enorme. En las escuelas se suspendieron las clases durante dos semanas.
No hubo
reuniones masivas. Los equipos de fútbol mexicanos jugaron los partidos
correspondientes a esa semana en estadios totalmente vacíos. El impacto
económico de la epidemia obligó al país a solicitar crédito por cuarenta y
siete mil millones de dólares.
¿Te imaginas
cómo se transformaría nuestra sociedad si nos “infectara” el “virus” del
evangelio? ¿Qué cosas crees que pasarían? ¿No piensas que sería magnífico? De
paso, ¿qué sucedería si el virus del evangelio afectara tu vida?
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