«Por fe, Abraham, cuando Dios lo
llamó,
obedeció y salió para ir al lugar
que él le iba a dar como herencia.
Salió de su tierra sin saber a dónde iba»
(Hebreos 11:8).
La obsesión de
Ed SchiefFelin por la minería comenzó a temprana edad, una mañana en la que
visitó la mina de su padre en Oregón, Estados Unidos. Ed podía ver el brillo de
las pepitas en el agua del río. Hacia el mediodía, ya había recolectado varias.
Cuando mostró su tesoro a su padre, este se rió y le dijo: «Eso es mica. La
llaman “el oro de los tontos”». A pesar de ello, Ed supo que dedicaría el resto
de su vida a buscar aquel tesoro. Muchos años después, Ed se hizo rico al
descubrir un yacimiento de plata en Tombstone, Arizona. Con el dinero que ganó
les compró una casa a sus padres y se casó con una joven rica de California.
Pero la emoción del descubrimiento se pasó, y Ed se cansó de su vida de rico
porque quería volver a buscar yacimientos. Preparó su testamento, en el que le
dejaba todo a su esposa y a su sobrino favorito, y se fue a Oregón. Construyó
una cabaña cerca de un riachuelo y, cuando necesitaba alimento, iba caminando
hasta una tienda del pueblo.
En una
ocasión, pasaron varios meses sin que Ed fuera al pueblo, y el dueño de la
tienda, extrañado de no verlo, decidió ir a su cabaña para ver si estaba bien.
Encontró a Ed tirado en el suelo, boca abajo, fuera de la casa.
Había muerto
de un ataque al corazón. En una cubeta que estaba tirada junto a su cuerpo,
había oro. En su diario, Ed escribió que había encontrado tanto oro, que la
mina de Tombstone no era nada en comparación. Dejó instrucciones sobre cómo
llegar al yacimiento de oro, e indicó que había dejado una cobija roja para
señalar el lugar.
Cuando la
noticia de la muerte de Ed llegó a oídos de sus familiares, su sobrino viajó a
explorar la zona, pero no encontró nada. Regresó a casa con las manos vacías, y
la «mina de la cobija roja» se convirtió en una leyenda por todo el norte de
Estados Unidos.
Al igual que
Ed Schieffelin, Abraham, el personaje del versículo de hoy, salió sin saber
cuál sería su destino. No lo hizo por aburrimiento, sino porque Dios se lo
había pedido. Abraham cambió las comodidades de Ur por las incomodidades del
desierto, no para encontrar riquezas, sino porque quería encontrar una ciudad
de oro, «de la cual Dios es arquitecto y constructor » (Hebreos 11:10).
LECTURAS
DEVOCIONALES PARA MENORES 2014
EN LA CIMA
Por: Kay D. Rizzo
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