No te dejes llevar por el enojo que solo
abriga el corazón del necio (Eclesiastés 7:9).
A
pesar de su ira, Napoleón no hizo arrestar a Talleyrand. Simplemente lo relevo
de su cargo y lo desterró de la corte, creyendo que la humillación sería el
peor de los castigos.
No
se dio cuenta de que la noticia de su estallido de ira había corrido como un
reguero de pólvora. Todos comentaban cómo el emperador había perdido por
completo el control y cómo Talleyrand lo había humillado al mantener la
compostura y la dignidad.
Por
primera vez la gente había visto al gran emperador perdiendo la calma. Como
dijo Talleyrand después del incidente: “Este es el principio del fin”. Aunque
transcurrieron todavía seis años hasta su caída en Waterloo, Napoleón ya había
iniciado su descenso hacia la derrota final. Talleyrand fue el primero en ver
las señales de la decadencia. En algún momento de 1808, el ministro decidió que
para que la paz regresara a Europa, Napoleón debía desaparecer de la escena. El
estallido de furia, que pronto se hizo famoso, surtió un efecto profundamente
negativo sobre la imagen pública de Napoleón.
Es
el problema con las reacciones furiosas. El que pierde el control y es dominado
por la ira, constantemente hace acusaciones injustas y exageradas. Napoleón
tenía razón al ponerse furioso por la conspiración de sus dos ministros más
importantes, pero al responder con tanta violencia, demostró que había perdido
el control de la situación. Eran como los berrinches de un niño porque no puede
obtener lo que desea. Una persona madura nunca revela ese tipo de debilidad.
El
cristiano no puede dejarse dominar por la ira porque es pecado. Como dijo el
apóstol: ” ‘Si se enojan, no pequen’. [...]. Abandonen toda amargura, ira y
enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia” (Efesios 4:26,31). El
consejo es prudente. El enojadizo y el iracundo gritan y maldicen. Un cristiano
no se puede permitir una conducta tal. La madurez, la paciencia, la calma, la
paz, el dominio propio, constituyen las características más visibles del
cristiano.
Ni
siquiera frente a la mayor provocación puede el cristiano permitirse un
estallido de ira. Es exponerse a todos los errores que una persona puede
cometer en ese estado. Napoleón comenzó a caer el día que se permitió el lujo
de perder el control y gritar como un niño frustrado. En cuestiones
espirituales la caída puede ser más grave. Piénsalo bien antes de permitir que
la ira te domine, y lamentes sus nefastas consecuencias.
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Por Félix Cortez
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