Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le
borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad
y en cuyo espíritu no hay engaño. Salmo 32:1-2
Cuando nuestro corazón ha sido lastimado y nuestro ego pisoteado, lo más natural es experimentar sentimientos negativos hacia quien nos hizo daño.
El
rencor y el resentimiento pueden hacer presa de nuestro espíritu, y si permanecemos
en dicha condición durante mucho tiempo, la cosecha será una enorme carga de
amargura.
Es
entonces, al estar en dicho estado, cuando aparece ante nosotros la solución de
Dios: perdonar. Muchas veces nos resistimos, o no sabemos cómo hacerlo. Sin lugar
a dudas el perdón es un atributo de la personalidad de Dios y algo incompatible
con la naturaleza humana que de por sí es egoísta y soberbia.
Ofrecer
perdón es una bendición múltiple. Cuando lo brindamos, aportamos a la vez salud
física, emocional y espiritual a nuestra vida. Entregamos nuestra voluntad a
Dios para que él defienda nuestra causa y nos vindique, algo que trae paz a
nuestro espíritu. Por supuesto, cuando perdonamos, estamos en mejores
condiciones de alcanzar el perdón de Dios para nuestros pecados.
Para
que podamos perdonar a quienes nos ofenden, es necesario que confesemos,
pidamos y aceptemos el perdón divino para nuestra vida. En la Palabra de Dios
leemos: “Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias” (Salmo 103:3). Reconocer nuestra indignidad y pedir a Dios que nos perdone nos lleva a
desarrollar una actitud de compasión y perdón hacia los que han intentado
hacernos daño. Es entonces cuando “la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses
4:7).
Querida
hermana y amiga, hoy es un buen día para poner fin a tus rencores y
resentimientos, en caso de que los tengas. Inclínate reverentemente delante de
Dios, acepta su perdón para tu vida y deposita tus causas en sus manos; él
peleará por ti y serás una mujer enteramente libre. Que tu oración para este
día sea: “Señor, oye mi justo ruego; escucha mi clamor; presta oído a mi
oración, pues no sale de labios engañosos. Sé tú mi defensor, pues tus ojos ven
lo que es justo” (Salmo 17:1-2).
Tomado de Meditaciones
Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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