En aquel día, siete mujeres agarrarán a un
solo hombre y le dirán: “De alimentarnos y de vestirnos nosotras nos
ocuparemos; tan solo déjanos llevar tu nombre: ¡Líbranos de nuestra afrenta!” Isaías 4:1
Quizá
no era la intención del profeta que las siete mujeres a las que se refería
fueran simbólicas de siete iglesias, como lo pensaba el apóstol Juan en
Apocalipsis. Porque un buen nombre es muy importante. Llevar el nombre, nada
más, sin compromisos, lo único que quieren es llevar el nombre. Es difícil
imaginar cómo un movimiento creciente puede subsistir durante casi dos décadas
sin un nombre. George Knight señala en Lest We Forget [No sea que olvidemos]
que, según algunos, elegir un nombre era ser como las otras iglesias. Por otra parte,
¿en qué parte dice la Biblia que las iglesias deben tener un nombre?
Es
cierto que la Biblia no dice que Dios pusiera nombre a su iglesia, pero el
gobierno sí exige que la iglesia tenga un nombre si quiere poseer propiedades.
La necesidad de darle un nombre a la Iglesia Adventista surgió de la necesidad
de inscribir la casa editora de Battle Creek, Michigan, en los registros
gubernamentales. A principios del año 1860 Jaime White llegó a la conclusión de
que ya no se haría cargo de los aspectos financieros de la institución.
Aun
consciente de que sin un nombre no podrían registrar las propiedades, R. F.
Cottrell escribió:
“Sería
erróneo “ponernos un nombre”, pues eso está en el mismo fundamento de
Babilonia”. White replicó a la sugerencia de Cottrell (que el Señor cuidaría
las propiedades de la iglesia) diciendo: “Es peligroso dejar a Dios lo que él
nos ha dejado a nosotros”.
En
1860, un congreso de observadores del sábado votó la elección de un nombre para
la denominación. Muchos se inclinaban por el nombre “Iglesia de Dios”. Pero ya
había muchos grupos que tenían ese nombre. Finalmente, David Hewitt sugirió el
nombre adventistas del séptimo día. Su propuesta fue aceptada, pues muchos
delegados reconocieron que “expresaba nuestra fe y nuestra posición [doctrinal]“.
Elena de White, que había permanecido en silencio durante todo el debate, dijo:
“El nombre adventista del séptimo día presenta los verdaderos rasgos de nuestra
fe, y convencerá a la mente inquisidora” (La iglesia remanente, p. 106).
Tal
es el valor de un buen nombre que debemos cuidar y ennoblecer. Recuerda que
nuestro testimonio pone en alto el nombre de la iglesia de Dios donde quiera
que estemos.
Lecturas
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Por Félix Cortez
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