Ven,
por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón,
para que saques de Egipto a mi pueblo,
los hijos de Israel. Éxodo 3:10.
Para los hebreos oprimidos y sufrientes, el
día de su liberación parecía haber sido largamente postergado, pero en su
momento señalado, Dios decidió obrar con extraordinario poder a su favor.
Moisés no habría de estar, como al principio anticipó, al frente de ejércitos
con banderas ondeantes y brillantes armaduras. El pueblo, que había sufrido
abuso y opresión durante tanto tiempo, no habría de ganar la victoria para sí
rebelándose y reclamando sus derechos. El propósito de Dios iba a ser cumplido
de una manera que despreciaba el orgullo y la gloria humanos. El libertador
habría de presentarse como un humilde pastor, con solo una vara en su mano;
pero Dios daría poder a esa vara para librar a su pueblo de la opresión y
preservarlo cuando fuera perseguido por sus enemigos.
Antes de salir, Moisés recibió su elevada
comisión a su magna tarea de una manera que lo llenó de asombro y le dio un
profundo sentido de su propia debilidad e indignidad. Mientras atendía sus
deberes, vio arder una zarza; sus ramas, su follaje, su tallo, todo ardía; sin
embargo no parecía consumirse. Se aproximó para ver esa maravillosa escena,
cuando una voz procedente de las llamas lo llamó por su nombre. Era la voz de
Dios. Era el que, como Ángel del pacto, se había revelado a los padres en
épocas pasadas. El cuerpo de Moisés se estremeció, lleno de terror, en tanto el
Señor lo llamó por su nombre. Con labios trémulos, contestó: “Heme aquí”. Se lo
amonestó a no acercarse irreverentemente: “Quita tu calzado de tus pies, porque
el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxo. 3:5)...
Las criaturas finitas pueden aprender una
lección que nunca se debiera olvidar: Han de acercarse a Dios con reverencia.
Podemos venir confiadamente a su presencia en el nombre de Jesús, nuestra
justicia y sustituto, pero nunca con el atrevimiento de la presunción, como si
estuviera al mismo nivel que nosotros. Hemos escuchado que algunos se dirigen
al Dios grande y todopoderoso como no se dirigirían a un igual o siquiera a un
inferior... A Dios se le debe reverenciar grandemente; todo el que
verdaderamente reconozca su presencia, se inclinará humildemente ante él – Signs
of the Times, 26 de febrero de 1880.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
No hay comentarios.:
Publicar un comentario