Entonces
Jehová dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre la tierra de Egipto para traer la
langosta, a fin de que suba sobre el país de Egipto, y consuma todo lo que el
granizo dejó. Éxodo 10:12.
Moisés advirtió al monarca que... se
enviaría una plaga de langostas, que cubriría la faz de la tierra, y comería
todo lo verde... Los consejeros de Faraón quedaron horrorizados. La nación
había sufrido una gran pérdida con la muerte de su ganado. Mucha gente había
sido muerta por el granizo...
Se llamó nuevamente a Moisés y a Aarón, y el
monarca les dijo: “Andad, servid a Jehová vuestro Dios. ¿Quiénes son los que
han de ir?” La respuesta fue: “Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros
viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con
nuestras vacas hemos de ir; porque es nuestra fi esta solemne para Jehová” (ver
Éxodo 10:8, 9).
El rey se llenó de ira... ¿Cree su Dios que
los dejaré ir, con sus esposas e hijos, en una expedición tan peligrosa? No
haré tal cosa; solo ustedes, los hombres irán a servir al Señor.
Este rey opresivo y de corazón duro, que
había intentado destruir a los israelitas mediante trabajos forzados, ahora
aparentaba tener profundo interés en su bienestar y tierno cuidado por sus
pequeñuelos. Su verdadero objetivo era retener a las mujeres y los niños como
garantía del regreso de los hombres...
Se ordenó a Moisés que extendiera su mano
sobre la tierra, y vino un viento del este que trajo langostas “en tan gran
cantidad como no la hubo antes ni la habrá después”. Llenaron el cielo hasta
que la tierra se oscureció, y devoraron toda cosa verde que quedaba en la
tierra y entre los árboles.
Faraón hizo venir inmediatamente a los
profetas y les dijo: “He pecado contra Jehová vuestro Dios, y contra vosotros.
Mas os ruego ahora que perdonéis mi pecado solamente esta vez, y que oréis a
Jehová vuestro Dios que quite de mí al menos esta plaga mortal” (vers. 16, 17).
Así lo hicieron, y un fuerte viento del
occidente se llevó las langostas hacia el mar Rojo, de manera que no quedó ni
una. Pero, a pesar de la humildad que manifestó bajo la amenaza de muerte, tan
pronto como la plaga fue quitada el rey endureció su corazón, y nuevamente se
negó a dejar salir a Israel – Signs of the Times, 18 de marzo de 1880; ver
texto similar en Patriarcas y profetas, pp. 276, 277.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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