Los siervos fueron al dueño y le dijeron:
“Señor, ¿no sembró usted semilla buena en su campo? Entonces, ¿de dónde salió
la mala hierba?” “Esto es obra de un enemigo”, les respondió. Mateo 13:27,
28.
Todo
empezó el día que, junto con unos primos, decidimos cultivar un pequeño huerto.
Empezamos
a principios del verano cuando la nieve se había derretido y la tierra estaba a
punto de reverdecer. Alquilamos un terreno justo detrás de nuestra casa y nos
dimos a la tarea de limpiarlo, preparar la tierra y plantar las semillas. En la
cabecera de cada surco clavamos una pequeña estaca en el suelo y fijamos en
ella un sobre que identificaba las semillas que habíamos sembrado en el surco.
¡Qué precioso se veía nuestro terreno!
Esa
noche, sin embargo, cayó una terrible tormenta que continuó durante los
siguientes tres días. Cuando cesó, la faz de nuestro terreno se había
transformado. Apenas se podía distinguir dónde habían estado los surcos, y los
sobres habían sido arrastrados por el vendaval.
Para
complicar la situación, mi esposa y yo teníamos que salir de viaje. Cuando
regresamos, nuestro terreno ofrecía un espectáculo desolador. El sol brillaba
con todo su fuerza y la tierra bien hidratada había producido una pequeña
jungla. ¡Aquello era un desastre!
Sin
embargo, no nos dimos por vencidos. Decidimos limpiar el terreno, pero ¿cómo
saber qué plantas quitar? Debido a nuestra inexperiencia no conocíamos cómo
eran las plantas de la buena semilla y el viento había arrastrado los sobres.
Sin más guía que nuestra intuición, limpiamos nuestro terreno de todo lo que
parecía maleza. Nuestro esfuerzo dio resultados. Pronto vimos que las tomateras,
las zanahorias y las calabaceras crecían con vigor.
Había
un surco muy singular. Era el más bello de todos, pero no estábamos seguros de
qué crecería allí. Más tarde nos dimos cuenta de que en ese surco cultivábamos
maleza.
¡Qué
decepción!
En
la vida cristiana nos puede pasar lo mismo. Si dejas que crezca la maleza junto
con la buena semilla, será muy difícil distinguir la una de la otra. Cuanto más
tardes en actuar, tanto más difícil será. Una vez que decides desarraigar el
mal de tu vida, es preciso que reconozcas que la Biblia es la única guía segura
que explica con claridad cuál es la diferencia entre la verdad y el error. Pon
atención a la Palabra de Dios, no sea que al final de tu vida te des cuenta de
que has estado cultivando malezas. Ten la seguridad de que eso les ocurrirá a
“muchos” en aquel día (Mateo 7:22).
Lecturas
Devocionales para Jóvenes 2013
¿Sabías qué..?
Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario