viernes, 5 de julio de 2013

LA PRIMERA PROMESA DEL EVANGELIO


Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. 1 Corintios 15:22.

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). Este fue el primer sermón evangélico predicado a los pecadores; esta promesa era la estrella de esperanza que iluminaba el futuro oscuro y nefasto de la raza. Adán recibió gustosamente la deseada certeza de la liberación y diligentemente instruyó a sus hijos en el camino del Señor. Esta promesa fue presentada en conexión íntima con el altar de las ofrendas del sacrificio. El altar y la promesa permanecen uno al lado del otro, y el uno arroja claros rayos de luz sobre la otra, mostrando que la justicia de un Dios ofendido solo puede ser mitigada por la muerte de su amado Hijo...
Abel escuchó estas lecciones preciosas y fueron para él como semilla sembrada en buen terreno. Caín también las escuchó. Tuvo los mismos privilegios que su hermano, pero él no los tomó en cuenta. Se atrevió a ir contra los mandamientos de Dios, y el resultado se nos presenta claramente. Caín no fue víctima de un propósito arbitrario; no se eligió a uno para ser el escogido de Dios y al otro para ser rechazado. Todo el asunto radica en hacer o no hacer lo que Dios ha dicho.
Caín y Abel representan dos clases de personas que existirán en el mundo hasta el fin del tiempo; y este simbolismo merece ser estudiado cuidadosamente. Hay una diferencia marcada en el carácter de estos dos hermanos, y puede verse la misma diferencia en la familia humana de hoy. Caín representa a los que ejercen los principios y las obras de Satanás, al adorar a Dios a su propia manera. Como el líder que siguen, están dispuestos a rendir una obediencia parcial, pero no a someterse enteramente a Dios...
La clase de adoradores que sigue el ejemplo de Caín abarca la mayor parte del mundo, pues casi todas las religiones falsas se basan en el mismo principio, a saber, que el hombre puede depender de sus propios esfuerzos para salvarse...
La religión de Cristo es para que los hombres y las mujeres la acepten con todas sus inconveniencias. Pueden inventarse un camino más fácil, pero no los conducirá a la ciudad de Dios, la morada segura de los santos. Solo los que “guardan sus mandamientos” tendrán acceso al “árbol de la vida”, y entrarán por las puertas de la ciudad” –Patriarcas y profetas, p. 60; parcialmente en Signs of the Times, 23 de diciembre de 1886.de julio 1996.

Tomado de  Meditaciones Matutinas para adultos 2013
"Desde el Corazón"
Por Elena G. de White

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