El
resentimiento implica recordar una y otra vez algún suceso o sentimiento que
nos causó desazón, incomodidad o daño. Esto es algo que con el paso del tiempo
se podría transformar en rencor. Ese sentimiento repetitivo puede estar
dirigido a una persona o a un acontecimiento que nos causó daño o perjuicio.
Puede llegar a ser tan dominante, que desgaste nuestra energía. El
resentimiento hace que la vida se llene de amargura, algo que podría ser motivo
de enfermedades físicas y emocionales, y hasta de la misma muerte.
Quien
vive embargado por resentimientos abriga un dolor emocional tan intenso que en
ocasiones da lugar a un maléfico deseo de venganza. Por supuesto, con eso nada
se gana: únicamente se acrecentarán más los sentimientos negativos, haciendo
que el dolor sea más intenso. El individuo se siente atrapado en la hostilidad,
que será dirigida a cualquier persona o situación que le haga evocar el sentimiento
primario de su dolor.
El
único remedio para el resentimiento es el perdón. Esta es la propuesta de Dios
para que sintamos paz y nos deshagamos de un dolor o daño que alguien nos haya
infligido. Ya que el perdón es un atributo de la personalidad de Dios, nosotros
únicamente podremos beneficiarnos de él mediante el auxilio divino. Dios nos
ayudará a gozarnos en el perdón cuando nos demos cuenta de que el daño mayor
nos lo hacemos a nosotras mismas. Asimismo debemos entender que al perdonar a
otros, tendremos acceso al perdón de Dios.
El
segundo paso en este proceso sanador consiste en permitir que Dios se haga
cargo de nuestras afrentas. Por último, hay que aceptar que la persona que nos
ha ofendido ha sido arrastrada por una corriente de mal, y que necesita
urgentemente la misericordia y la gracia salvadora de Dios.
Una
vez que implementemos el perdón en nuestras vidas podremos levantar el rostro
para mirar de frente al mundo sin la vergüenza de haber sido una piedra de
tropiezo en la vida de un semejante. Esto te llenará de una sana alegría y
podrás disfrutar de la vida sin cargas que enferman el alma. Podrás exclamar
llena de confianza, como el salmista: “Por amor a tu nombre, Señor, perdona mi
gran iniquidad” (Salmo 25:11).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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