Quiero alabarte, Señor, con todo el corazón,
y contar todas tus maravillas.
Quiero alegrarme y regocijarme en ti, y cantar salmos
a tu nombre, oh Altísimo.
Salmo 9:1-2
El
espíritu de alabanza es una de las actitudes que más beneficios nos aporta.
Cuando
reconocemos todos los favores que Dios nos concede, nos llenamos de una fuerza
interior y experimentamos gozo, ánimo y gratitud. Al hacerlo, no tendremos
mayor alegría que expresar esa maravillosa certeza, manifestada en armoniosas
notas musicales o en dulces versos llenos de fervor; o quizá en alguna otra
manera que exprese cuánto agradecemos al Señor por todo lo que él nos prodiga.
¿Habrá
alguna manera de fomentar o de generar un espíritu de alabanza? ¡Por supuesto
que sí! La alabanza es más que dar las gracias. Es un reconocimiento de la
grandeza y la magnificencia de Dios. Consiste en reconocerlo como soberano en
nuestra vida. Alabar equivale a rendir nuestra voluntad ante su grandeza
incomparable, inmutable y eterna. Es decir, una vez que reconocemos nuestra
indignidad, podemos decir como el salmista: “¿Qué es el hombre, para que en él
pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?” (Salmo 8:4). La
verdadera alabanza surge cuando nos damos cuenta de que Dios envió a su hijo
para ser nuestro Salvador personal, ofreciéndose a llevar nuestra carga de
pecado.
Cuando
alabamos, nos unimos al gran coro angelical, y a toda la creación, para ofrecer
un concierto sublime que conmueve al universo y a la vez nos vivifica.
Como
bien dijo el predicador británico George Campbell Morgan: “Alabar a Dios es la
verdadera y más alta función del lenguaje humano”. Hoy es un buen día para
hacer evidente nuestra alabanza a Dios por todos los bienes recibidos de su
mano.
•
Alaba a Dios por lo que eres. Somos hijas de Dios; a pesar de lo que hayamos
hecho, Dios no tomará en cuenta nuestra maldad (1 Juan 3:1).
•
Alaba a Dios por lo que tienes. Todas nuestras posesiones vienen de su mano
generosa (Salmo 2:8). Somos mayordomos de Dios, como lo fue Adán en su
momento.
•
Alaba a Dios por lo que significas para él. Eres su hija amada (Juan 1:12),
alguien que goza del amor y del aprecio de Dios.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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