jueves, 18 de julio de 2013

¡QUIERO ALABARTE, MI SEÑOR!


Quiero alabarte, Señor, con todo el corazón, y contar todas tus maravillas. 
Quiero alegrarme y regocijarme en ti, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo. 
Salmo 9:1-2

El espíritu de alabanza es una de las actitudes que más beneficios nos aporta.

Cuando reconocemos todos los favores que Dios nos concede, nos llenamos de una fuerza interior y experimentamos gozo, ánimo y gratitud. Al hacerlo, no tendremos mayor alegría que expresar esa maravillosa certeza, manifestada en armoniosas notas musicales o en dulces versos llenos de fervor; o quizá en alguna otra manera que exprese cuánto agradecemos al Señor por todo lo que él nos prodiga.

¿Habrá alguna manera de fomentar o de generar un espíritu de alabanza? ¡Por supuesto que sí! La alabanza es más que dar las gracias. Es un reconocimiento de la grandeza y la magnificencia de Dios. Consiste en reconocerlo como soberano en nuestra vida. Alabar equivale a rendir nuestra voluntad ante su grandeza incomparable, inmutable y eterna. Es decir, una vez que reconocemos nuestra indignidad, podemos decir como el salmista: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?” (Salmo 8:4). La verdadera alabanza surge cuando nos damos cuenta de que Dios envió a su hijo para ser nuestro Salvador personal, ofreciéndose a llevar nuestra carga de pecado.

Cuando alabamos, nos unimos al gran coro angelical, y a toda la creación, para ofrecer un concierto sublime que conmueve al universo y a la vez nos vivifica.

Como bien dijo el predicador británico George Campbell Morgan: “Alabar a Dios es la verdadera y más alta función del lenguaje humano”. Hoy es un buen día para hacer evidente nuestra alabanza a Dios por todos los bienes recibidos de su mano.

• Alaba a Dios por lo que eres. Somos hijas de Dios; a pesar de lo que hayamos hecho, Dios no tomará en cuenta nuestra maldad (1 Juan 3:1).

• Alaba a Dios por lo que tienes. Todas nuestras posesiones vienen de su mano generosa (Salmo 2:8). Somos mayordomos de Dios, como lo fue Adán en su momento.

• Alaba a Dios por lo que significas para él. Eres su hija amada (Juan 1:12), alguien que goza del amor y del aprecio de Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado

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