Y
los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a
Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. Éxodo 2:23.
En todo sentido, Moisés se había convertido
en un gran hombre. Como escritor, líder militar y filósofo, no había otro
superior. El amor a la verdad y la justicia se había convertido en el
fundamento de su carácter, y había producido una constancia de propósito que no
podía ser influenciada por ninguna variación de la moda, la opinión o empresa.
Su vida se caracterizaba por la cortesía, la diligencia y una firme confianza
en Dios. Era joven y vigoroso, lleno de energía y fortaleza viril. Había simpatizado
profundamente con sus hermanos en sus aflicciones, y en su corazón se había
encendido el deseo de libertarlos. Según la sabiduría humana, parecía a todas
luces que era idóneo para su obra.
Pero Dios ve lo que el hombre no ve; sus
caminos no son nuestros caminos. Moisés todavía no está preparado para cumplir
esta gran obra; ni el pueblo está preparado para la liberación. Él ha sido
educado en la escuela de Egipto, pero todavía le toca pasar por la escuela
severa de la disciplina, antes de encontrarse calificado para su sagrada
misión. Antes de poder gobernar con éxito a las multitudes de Israel, debe
aprender a obedecer, debe aprender el control propio. Es enviado a la soledad
del desierto durante cuarenta largos años, para que en su vida de anonimato, en
el humilde trabajo de cuidar las ovejas y los corderos del rebaño, pueda ganar
la victoria sobre sus propias pasiones. Debe aprender una sumisión plena a la
voluntad de Dios antes de poder transmitir tal voluntad a un gran pueblo.
Seres humanos de poca visión habrían
prescindido de esos cuarenta años de capacitación entre las montañas de Madián,
y estimado que era una gran pérdida de tiempo. Pero la Sabiduría infinita
colocó durante este periodo a aquel que habría de ser un poderoso estadista, el
libertador de su pueblo de la esclavitud, en circunstancias que desarrollarían
su honestidad, su previsión, su fidelidad y solicitud, y su habilidad para
identificarse con las necesidades de los necios que quedarían bajo su cuidado. Aquellos
a quienes Dios confía responsabilidades importantes no han sido criados en la
comodidad o el lujo; los nobles profetas, los líderes y los jueces escogidos
por Dios han sido personas cuyo carácter fue formado por las realidades severas
de la vida.
Dios no elige para su obra a personas de un
solo molde y temperamento, sino a personas de temperamentos variados – Signs of
the Times, 19 de febrero de 1880.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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