Cuídense de no echar a perder el fruto de
nuestro trabajo; procuren más bien recibir la recompensa completa. Todo el que
se descarría y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que
permanece en la enseñanza sí tiene al Padre y al Hijo. 2 Juan 8-9
Es
muy poca la gente para quien su rutina diaria consiste en trabajar poco y
descansar mucho. La mayoría de la gente trabaja mucho y descansa poco. Los que
trabajan únicamente por un salario desaprovechan la oportunidad de gozar y
disfrutar de lo que hacen. Sus jornadas de trabajo se vuelven interminables y
tediosas, y por consiguiente, su productividad desciende y finalmente, quiérase
o no, surgen sentimientos de frustración y fracaso.
Dios
asignó el trabajo a los seres humanos como una fuente de bienestar y
realización personal. Cuando el Señor puso a Adán en el huerto del Edén, le
encargó cuidar y cultivar, no solo el hermoso huerto, sino también sus propias
capacidades, dones y habilidades personales. Es únicamente así como los seres
humanos podemos llegar a ser personas realizadas y, por ende, felices.
El
trabajo es una bendición, pues además de proveernos el sustento diario, es el
único medio para descubrir y pulir nuestras capacidades. Da vigor al cuerpo y
nos ayuda a desarrollar cualidades como la dedicación, la constancia y la
laboriosidad.
Querida
hermana, por último, te puedo decir que el trabajo nos infunde vida y nos aleja
de la ociosidad. Esta última puede hacerse adictiva e incluso paralizar el
desarrollo personal. La consigna de Dios para todo trabajador abnegado es:
“Todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro,
adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría” (Eclesiastés
9:10).
Amiga,
si hoy, al despertar, reconoces tener sentimientos adversos respecto al trabajo
que te espera, llénate de energía divina, piensa positivamente. No cuentes tus
jornadas en horas, cuéntalas en logros obtenidos, objetivos alcanzados,
satisfacciones experimentadas, cansancio saludable y, sobre todo, en el
reconocimiento de Dios, que llegará a ti en las siguientes palabras: “¡Hiciste
bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; te pondré a cargo de mucho
más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!” (Mateo 25:23).
¡Atrévete
a ver tu trabajo no como una carga, sino como una fuente inagotable de
crecimiento personal!
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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