No
es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo. Génesis 28:17.
Jacob no tenía un carácter perfecto. Pecó
contra su padre, su hermano, su propia alma, y contra Dios. La inspiración
registra fielmente las faltas de los hombres buenos que fueron distinguidos por
el favor de Dios; en realidad, sus defectos resaltaban más que sus virtudes...
Fueron asaltados por tentaciones y a menudo fueron vencidos por estas, pero
estuvieron dispuestos a aprender en la escuela de Cristo. Si se nos hubieran
presentado estos personajes como seres perfectos, podríamos desanimarnos en
nuestra lucha por alcanzar la justificación...
Muestra que Dios de ninguna manera admitirá
al culpable. Él ve el pecado en sus más favorecidos, y los castiga incluso con
mayor ahínco que a los que tienen menos luz y responsabilidad. Pero, en
contraste con los pecados y los errores de la humanidad, se presenta un
carácter perfecto: el del Hijo de Dios, quien revistió su divinidad de
humanidad, y caminó como hombre entre los hijos de los hombres...
Jacob obtuvo por fraude la bendición
destinada a su hermano. Dios le había prometido a él la primogenitura, y la
promesa se habría cumplido a su tiempo si él hubiera estado dispuesto a
esperar. Pero como a muchos que ahora profesan ser hijos de Dios, le faltaba fe
y pensaba que debía hacer algo él mismo, en lugar de dejar las cosas
sumisamente en las manos del Señor...
Al seguir su camino solitario, se sentía
sumamente decaído y desanimado...
Pero Dios no abandonó a Jacob. Su
misericordia alcanzaba todavía a su errante y desconfiado siervo, aunque
permitiera que le llegasen aflicciones hasta que aprendiera la lección de una
sumisión paciente. Compasivamente, el Señor reveló a Jacob precisamente lo que
necesitaba: un Salvador...
Cansado de su viaje, el peregrino se acostó
en el suelo, con una piedra por cabecera. Mientras dormía, vio una escalera
clara y reluciente “que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el
cielo” (Génesis 28:12). Por esta escalera subían y bajaban ángeles; en lo alto,
estaba el Señor de la gloria, quien se dirigió a Jacob con palabras de ánimo
maravillosas. Le aseguró a Jacob que había sido guardado divinamente en su
ausencia del hogar, y que le sería dada la tierra que habitaba como exiliado y
fugitivo, a él y su posteridad – Signs of the Times, 31 de julio de 1884;
parcialmente en Patriarcas y profetas, pp. 182, 183.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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