Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la
misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración
espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Romanos
12:1
Cuando
Jesucristo estuvo en la tierra compartió su amor al mismo tiempo que realizó
numerosos sacrificios. Cada episodio de su vida estuvo definido por la
abnegación. Mientras caminaba por los polvorientos caminos de Galilea, Cristo
sanaba, enseñaba y predicaba acerca del gran amor del Padre.
No
existe registro alguno de su vida que nos diga que Jesús actuó movido por el
egoísmo, o por sus intereses personales. Culminó su ministerio terrenal
regalándonos libertad y vida mediante su sacrificio en la cruz. Se sometió
voluntariamente al calvario, derramó su sangre y con ella hizo realidad la
promesa de una vida nueva. Estuvo dispuesto a morir por los pecados del mundo,
aunque él jamás hizo nada malo o incorrecto. “Ustedes saben que Jesucristo se
manifestó para quitar nuestros pecados. Y él no tiene pecado” (1 Juan 3:5).
Hermana,
el ejemplo del Señor debería inspirarnos a vivir una vida semejante a la de él.
Nos movemos en un mundo en el que cada ser humano declara ser autónomo e
individual, lo cual lo vuelve indiferente, y por tanto ajeno, a las necesidades
del prójimo; siempre en busca del beneficio personal. Puede ser que en
ocasiones olvidemos el bien común, así como la consigna donde Dios nos dice:
“Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni tampoco muere para sí” (Romanos
14:7).
Recordar
el sacrificio de Cristo en la cruz y meditar en ello nos llevará a darnos
cuenta de que no merecemos todo aquello que hoy poseemos y todo cuanto somos.
El ejemplo de Jesús nos ayudará a transitar por el camino de la humildad y la
generosidad. Al mismo tiempo nos daremos cuenta de que el precio de nuestra
libertad fue nada más y nada menos que la sangre del Hijo de Dios.
Amiga
querida, hoy, antes de iniciar tu rutina diaria, reserva un poco de tiempo para
meditar en el sacrificio de Cristo en el monte Calvario. Te llevará a reconocer
tu indignidad. Te sentirás especial y privilegiada. Aprenderás a contar cada
una de las bendiciones que recibes diariamente de la mano del Salvador, y te
animarás a compartirlas con los débiles y los necesitados.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
No hay comentarios.:
Publicar un comentario