Acuérdate de tu Creador en los días de tu
juventud, antes que lleguen los días malos y vengan los años en que digas: “No
encuentro en ellos placer alguno” (Eclesiastés 12:1).
Cuando
Lois Secrist tenía quince años debió haber escuchado el solemne consejo de Dios.
Pero no lo hizo. A esa edad prometió que iría como misionera al extranjero,
quizá a la India, o a África, para ayudar a los necesitados. Pero nunca cumplió
su promesa.
Gail
Wood cuenta la historia en su artículo “Mission Delayed” [Misión demorada].
A
los 23 años, Lois se casó con Galón Prater, un apuesto jornalero que con el
tiempo se volvió un bebedor empedernido. Muchos años después, Galón se
convirtió al cristianismo, pero para entonces tenía casi 80 años y su muerte
estaba cercana. Antes de morir (el 9 de febrero de 1988), Lois recuperó su
antiguo sueño de convertirse en misionera.
Al
principio sintió algo de resistencia interior. Ya tenía setenta y seis años y
creía que su oportunidad había pasado. Dijo: “Señor, ahora soy demasiado vieja
para ir. No puedo”. Pero esta formidable abuela, con remordimientos por haber
hecho caso omiso al llamado de Dios cuando era adolescente, decidió no rechazar
una segunda oportunidad de convertirse en misionera.
A
los ochenta y siete años, Lois Prater se convirtió en la increíble fundadora de
un orfanato en Filipinas, un espacio de salvación para treinta y cinco niños
cuyas vidas rescató del rechazo, la mendicidad en las calles y el maltrato
paterno. Hoy los huérfanos viven en una casa blanca, muy bien arreglada, de setecientos
metros cuadrados distribuidos en dos plantas. Ellos llaman “Lola” a Lois, que
en el idioma nativo, el tagalo, significa “abuela”. Los “niños”, como ella los
llama, oscilan entre los ocho meses y los diez años. Cada uno forma parte de
una historia desgarradora.
Lois
fundó y construyó el orfanato sin pedir préstamos, confiando en el apoyo
económico individual que le llega desde los Estados Unidos. A causa de su edad,
no la apoya ninguna denominación religiosa y depende únicamente de donaciones
privadas. Cuando se le pregunta si eso la pone nerviosa, Lois dice con
confianza: “Sirvo a un Dios poderoso. No me siento con suficiente talento para
hacer nada de esto, pero Dios me capacita. Mi responsabilidad es hacer lo que
puedo”.
Gracias
al Señor porque Lois pudo cumplir su promesa. Pero no todos tienen esa
oportunidad. Es mejor acordarse de Dios en la juventud, cuando la energía está
al cien por cien para invertirla en una obra grande. Conságrate hoy a Dios para
que te utilice desde tu juventud.
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