Ve
por la mañana a Faraón... y tú ponte a la ribera delante de él, y toma en tu
mano la vara que se volvió culebra. Éxodo 7:15.
A Moisés y a Aarón se les indicó que a la
mañana siguiente se dirigieran a la ribera del río, adonde solía ir el rey...
En ese lugar los dos hermanos le repitieron su mensaje, y después, alargando la
vara, hirieron el agua. La sagrada corriente se convirtió en sangre, los peces
murieron y el río se tornó hediondo.
El agua que estaba en las casas y la
provisión que se guardaba en las cisternas también se transformaron en sangre.
Pero “los hechiceros de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos” y
cambiaron el agua de los pozos de manera similar. Pero, el rey endureció su
corazón y se negó a ceder. La plaga duró siete días, pero sin efecto alguno.
Entonces se hizo otro esfuerzo para
convencer al rey. Nuevamente se alzó la vara sobre las aguas, y del río
salieron ranas que se esparcieron por toda la tierra. Invadieron las casas,
donde tomaron posesión de las alcobas, y aun de los hornos y las artesas. Los
magos aparentaron producir animales similares por medio de sus encantamientos.
Pronto la molestia general se tornó tan intolerable que el rey deseaba
intensamente eliminarla. Aunque los magos habían podido producir ranas, no
pudieron quitarlas. Al verlo, Faraón fue humillado hasta cierto punto, y
deseaba que Moisés y Aarón pidieran a Dios que detuviera la plaga. Ellos le
recordaron al arrogante rey su jactancia anterior y le preguntaron qué había
ocurrido con el supuesto poder de sus magos. Entonces, le pidieron que
designara el tiempo en que debieran orar, y a la hora señalada murieron las
ranas, aunque el efecto permaneció porque sus cadáveres corrompieron la atmósfera.
La obra de los magos había convencido a
Faraón de que estos milagros habían ocurrido gracias a la magia, pero tuvo
evidencia abundante de que este no era el caso cuando la plaga de las ranas fue
quitada. El Señor pudo haber convertido las ranas en polvo en un momento, pero
no lo hizo, no fuese que, una vez eliminadas, el rey y su pueblo dijeran que
había sido el resultado de hechicerías como las que hacían los magos... Con
esto, el rey y todo Egipto tuvieron una evidencia que su vana filosofía no
podía contradecir; vieron que esto no era obra de magia, sino un castigo
enviado por el Dios del cielo – Signs of the Times, 11 de marzo de 1880; ver
texto similar en Patriarcas y profetas, pp. 269, 270.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el corazón"
Por Elena G. de White
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