LOS ANGELES SABÍAN CUAL ERA EL MOMENTO EXACTO
Él ordenará que sus ángeles te cuiden en
todos tus caminos. Con sus propias manos te levantarán para que no tropieces
con piedra alguna (Salmo 91:11, 12).
Esta
es una de las promesas más repetidas por los cristianos de todos los tiempos.
Dios ha honrado la fe de millares de sus hijos fieles que reclamaron esta
promesa. Una de esas ocasiones sucedió en uno de los incendios más pavorosos de
la historia mundial de la hostelería. Ocurrió en el Hotel Winecoff de Atlanta,
Georgia, el 7 de diciembre de 1946. En aquella ocasión, 119 personas perdieron
la vida. Gregory Bojae fue uno de los sobrevivientes.
Era
un cristiano empresario que realizaba sus transacciones como si estuviera en la
presencia de Dios.
La
noche del 6 de diciembre el señor Bojae llegó al Hotel Winecoff y pidió una
habitación en uno de los pisos superiores para disfrutar de una buena vista
panorámica. Se lo ubicó en el décimo piso. Antes de dormir analizó, como de
costumbre, todas sus transacciones y actividades del día, incluyendo sus
pensamientos y deseos, para ver si estaban en armonía con la voluntad divina.
Luego se acostó.
El
sonido de las sirenas de los camiones de bomberos lo despertó. Las llamas
devoraban el hotel: varias veintenas de huéspedes, gritando, se lanzaban al
vacío. En un primer momento Bojae quedó paralizado por el terror, pero luego
recordó que estaba en manos de Dios. Las palabras del Salmo 91, versículos 11 y
12, lo tranquilizaron. Oró y esperó mientras se vestía. Luego se le ocurrió
hacer una cuerda con sábanas, frazadas y colchas. Sabía que la cuerda no
alcanzaría para llegar a la calle, pero escuchó las palabras: “Prepara la
cuerda”. Ató un extremo a la cama y se preparó para bajar, pero la voz le dijo:
“Todavía no”.
El
humo ya penetraba en la habitación y sentía que el piso estaba caliente, pero
la voz declaró:
“Espera
un poco”.
De
pronto oyó las palabras: “¡Ahora!” Salió en medio del humo en el preciso
instante en que el cuarto estallaba en llamas. Se deslizó por la cuerda, pero
aún faltaban ocho pisos para llegar a la calle. No sabía por cuánto tiempo
podría sostenerse. Entonces, a su derecha, apareció un bombero que colocó una
soga alrededor del cuerpo de Bojae y lo condujo a un lugar seguro. En ese
instante la cuerda que había preparado se quemó.
Como
nunca estamos seguros, hagamos lo que hizo Gregorio Bojae. Arreglar cuentas con
Dios y con fe reclamar sus promesas antes de que las necesitemos.
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