Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente
sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo. Hebreos
11:4.
Estos dos hermanos, Caín y Abel, representan
a toda la familia humana. Todos fueron probados en el asunto de la obediencia,
y todos serán probados como ellos lo fueron. Abel soportó la prueba de Dios.
Reveló el oro de un carácter justo, los principios de la verdadera piedad. Pero
la religión de Caín no tuvo un buen fundamento: reposaba sobre el mérito
humano. Él trajo a Dios algo por lo cual tenía un interés personal: los frutos
de la tierra, que habían sido cultivados por su esfuerzo; y presentó esta ofrenda
como un favor hecho a Dios, mediante el cual esperaba conseguir la aprobación
divina. Obedeció cuando edificó un altar; obedeció cuando trajo un sacrificio;
pero solo era una obediencia parcial: la parte esencial, el reconocimiento de
la necesidad de un Redentor, quedó fuera...
Ambos eran pecadores, y ambos reconocían los
derechos de Dios como objeto de adoración. A todas luces, su religión era la
misma, hasta cierto punto en el tiempo; pero la historia de la Biblia nos
muestra que hubo un momento en que la diferencia entre ambos se hizo muy
notable. Esta diferencia radicaba en la obediencia de uno y la desobediencia
del otro.
El apóstol dice que Abel ofreció a Dios un
sacrificio más excelente que Caín. Abel captó los grandes principios de la
redención. Se vio a sí mismo como un pecador, y vio el pecado y su castigo, la
muerte, como un obstáculo entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima
herida, la vida sacrificada, reconociendo así los reclamos de la Ley que había
sido transgredida. A través de la sangre derramada, contemplaba el sacrificio
futuro: a Cristo muriendo en la cruz del Calvario. Y al confiar en la expiación
que habría de hacerse, tuvo prueba de que era justo y que su ofrenda fue
aceptada.
¿Cómo conocía Abel tan bien el plan de
salvación? Adán se lo enseñó a sus hijos y a sus nietos... Luego de que Adán
pecó, lo sobrecogió una sensación de terror. Un temor constante lo abrumaba; la
vergüenza y el remordimiento torturaban su alma. En este estado de ánimo deseaba
estar tan lejos como fuera posible de la presencia de Dios, aunque antes le
había encantado encontrarse con él en su hogar edénico. Pero el Señor siguió a
este hombre atormentado por la conciencia y, aunque condenaba el pecado del que
Adán era culpable, le dio una promesa llena de gracia – Signs of the Times, 23
de diciembre de 1886.
Tomado de Meditaciones Matutinas para
adultos 2013
"Desde el Corazón"
Por Elena G. de White
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