Dichoso aquel a quien se le
perdonan sus transgresiones,
a quien se le borran sus pecados.
Dichoso aquel a
quien el Señor no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño.
Salmo
32:1-2
Millones de
personas padecen en la actualidad diversas enfermedades físicas y mentales como
consecuencia de algún sentimiento de culpa largamente abrigado. Dicho
sentimiento puede ser algo que incluso retrase el desarrollo personal Los
afectados sienten tristeza, ansiedad, y quizá algún tipo de agresividad
dirigida hacia ellos mismos y hacia los demás.
En ocasiones
la sensación de culpa surge como resultado de aquellos errores que no se han
superado, así como por el daño que los mismos podrían haber causado a otras
personas. Por ejemplo, una madre que vive castigándose cada día porque se
siente culpable de la adicción a las drogas de su hijo, pensando que no le
prestó suficiente atención cuando era pequeño. Ese sentimiento de culpa incide
directamente sobre todas su acciones y pensamientos, y de esa manera queda
atrapada en la red.
El sentimiento
de culpa es uno de los más amargos resultados del pecado. Esa fue probablemente
la condición que afectó a Adán y Eva tras la muerte de su hijo Abel a manos de
Caín. Quizás ellos se sentían culpables por el ejemplo que habían dado a sus
hijos, o por haber sido los iniciadores del pecado en su propio hogar.
Ahora estaban
cosechando los frutos de su propia desobediencia.
Si
experimentamos algún sentimiento de culpa, es necesario que nos examinemos a
nosotras mismas con el fin de erradicarlo. El primer paso que hemos de dar
consiste en recordar que Dios perdona todos nuestros pecados, y que de igual
forma hemos de perdonarnos a nosotras mismas. Si así actuamos, quedaremos
libres de la amargura y de la ansiedad.
Vivir bajo el
peso de la culpa es una tortura que nos puede llevar incluso a la muerte. Fue
ese el sentimiento que invadió a Judas Iscariote después de haber traicionado
al Maestro: “Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí.
Luego fue y se ahorcó” (Mateo 27:5).
Recuerda que
nuestro amante Dios nos ofrece libertad de todo mal y dolencia.
Hoy es el
mejor de los días para que nos aferremos a su perdón y seamos libres.
Dios te dice:
“Yo soy el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más
de tus pecados” (Isaías 43:25).
Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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