En el viaje sucedió que, al
acercarse a Damasco,
una luz del cielo relampagueó de repente a su alrededor.
Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía:
"Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?"
(Hechos 9: 3, 4).
La historia de
la conversión de Saulo es uno de los acontecimientos más importantes de la
historia de la iglesia cristiana. En el libro de Hechos se narra tres veces
(capítulos 9, 22, 26) y Pablo se refiere a ella en cuatro de sus epístolas (Gálatas 1: 11-17; Filipenses 3: 4-17; 1 Corintios 15 y 1 Timoteo 1: 12-17). La forma en que está
narrada y el impacto que causó en la vida de uno de los hombres más importantes
del Nuevo Testamento, nos obligan a dedicarle especial atención y contemplarla
por lo menos desde tres perspectivas:
1. Como la
historia de una conquista en la que Jesús derrota a su enemigo.
2. Como una
historia de conversión en la que Jesús transforma a un enemigo en un aliado.
3. Como la
historia de un llamamiento o comisión en la que Jesús elige a un emisario para
predicar su evangelio.
Hoy quiero
concentrarme brevemente en la primera de las perspectivas.
Pablo era
enemigo del evangelio y deseaba destruir la iglesia. Dios le enseñó, sin
embargo, que todo ataque contra la iglesia lo es contra él mismo. Las iglesias
cristianas que se encontraban en lugares como Corinto y Roma (o tu propia
ciudad hoy) son el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12, Romanos 12). La iglesia es la
novia de Cristo, con quien es un solo cuerpo, y al Novio celestial le interesa
mucho su iglesia. Bendice a esta gente y bendices a Jesús. Lástima a esta gente
y, desde su punto de vista, lo lastimas a él. Por eso deberíamos cuidamos de no
despreciar a la iglesia, porque es un acto que el Señor tomará muy
personalmente. Ahora bien, si amas, atesoras y cuidas a la iglesia, en realidad
es algo que estás haciendo por él. Jesús resucitado aceptará tu trato para con
la iglesia como tu servicio especial para él. Además, Dios está presto a
proteger a su iglesia. Por eso hirió a Pablo con ceguera y luego al mago judío
Barjesús (lee Hechos 13: 6-11). En la Biblia, el castigo es acorde al pecado; la
ceguera espiritual es castigada con ceguera física. Por eso Dios hirió con
oscuridad a Egipto y herirá con oscuridad a la Babilonia mística del tiempo del
fin (Apocalípsis 16:10).
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