Ananías respondió: “Señor,
he
oído hablar mucho de ese hombre
y de todo el mal
que ha causado a tus santos en
Jerusalén”
(Hechos 9:13).
La historia de
la conversión de Pablo tiene una tercera lección para nosotros. Cuando Dios nos
llama, quiere que venzamos nuestros prejuicios.
Los prejuicios
tienen su origen y su poder en la ignorancia. Solo podemos ver el exterior de
una persona, pero no sus luchas. Tampoco podemos ver sus motivos. Solamente la
juzgamos por las apariencias. La única manera de superar los prejuicios es
obtener una visión de la otra persona a través de los ojos de Jesucristo.
Dios conocía
perfectamente a Saulo y decidió revelar a Ananías varias de esas cosas para
ayudarlo a vencer sus prejuicios. Te invito a leer Hechos 9:11-16. Luego haz
una lista de las cosas que Dios conocía sobre Saulo. Sabía su nombre y su lugar
de nacimiento. Conocía al dueño de la casa donde se encontraba, Judas, y la
dirección exacta, la calle llamada Derecha.
También sabía
lo que estaba haciendo en ese preciso momento, orar, y lo que acaba de ver en
visión: que Ananías se presentaría y le pondría las manos encima para que
recuperara su vista. Dios también conocía el futuro de Pablo.
Alguna vez oí
que hay aproximadamente tantas estrellas en el universo como granos de arena en
todas las playas del mundo. Cuando supe de esa estimación me quedé atónito.
¡Nuestro Sol
es como un grano de arena más de todos los que hay en nuestro planeta! Sin
embargo, Dios sabe en este preciso momento quién soy, dónde estoy, qué he
visto, qué hago y cuál es mi futuro. Nada lo puede tomar por sorpresa. En sus
manos estoy totalmente seguro.
Ananías venció
sus prejuicios y obedeció al Señor. Dios también pidió a Pablo que venciera los
suyos. Pidió a ese fariseo de fariseos, que se enorgullecía de su raza, de sus
orígenes y de la condición única del pueblo de Israel como el pueblo de Dios
(lee Filipenses 3:4-6), que predicara el evangelio a los despreciados gentiles.
Pablo fue
alumno de Gamaliel, un fariseo muy prominente del judaísmo del siglo primero.
La Misná (Sotá
IX, 15) dice que cuando Gamaliel murió, la gloria de la ley cesó y la pureza y
la abstinencia murieron. Uno pensaría que con estas credenciales Pablo
enseñaría el evangelio a la élite de Jerusalén, pero Dios tenía otros planes.
Permite que los tuyos se sujeten hoy al cronograma de Dios.
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Por Félix Cortez
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