¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisoteado al
Hijo de Dios, que ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido
santificado, y que ha insultado al Espíritu de la gracia? (Hebreos 10:29).
¿Crees
que es posible ir más allá de la misericordia divina? El caso del impío rey
Manasés es esclarecedor en este sentido. Fue un monarca cruel que
“derramó tanta sangre inocente que inundó a Jerusalén de un extremo a
otro” (2 Reyes 21:16).
Fue
también un rey sumamente perverso. No solo “se postró ante todos los astros del
cielo y los adoró” (vers. 3), sino que cometió una abominación: “Sacrificó en
el fuego a su propio hijo” y practicó la hechicería (vers. 6). La Biblia
menciona con énfasis un acto de soberbia, insulto y desafío a Dios.
Después
de deshacer las reformas religiosas de su padre y construir altares a dioses
paganos en los dos atrios de la casa del Señor, Manasés erigió “la imagen de la
diosa Aserá que él había hecho” y la puso ahí. El contexto sugiere que Manasés
erigió esta imagen en el lugar santísimo, en el lugar del arca del pacto. Sin
embargo, cuando Dios afligió a Manasés y permitió que lo llevaran cautivo y con
grilletes a Babilonia, “se humilló grandemente ante el Dios de sus padres” y
Dios lo perdonó (2 Crónicas 33:10-13). Su conducta posterior muestra que su
arrepentimiento fue genuino (vers. 14-16).
Lo
que sorprende del caso de Manasés no es la insolencia y profundidad de su
rebeldía, sino la dimensión y la generosidad del perdón divino. La sangre de
Cristo es suficiente para perdonar cualquier pecado. Dios no puede salvar, sin
embargo, a aquellos que rechazan los medios que él utiliza para salvarlos.
Elena de White lo dice muy bien: “Debemos ir a Cristo tal como somos. Pero
nadie se engañe a sí mismo pensando que Dios, en su gran amor y misericordia,
salvará incluso a quienes rechazan su gracia” [El camino a Cristo, pp. 29,30).
El
pecado imperdonable es mucho más que un suceso puntual; se trata de una
actitud.
Dios
puede perdonar nuestros pecados, por muy graves que sean; pero se niega a
forzar nuestra voluntad. Él desea que lo busquemos voluntariamente. No puede
obligarnos a amarlo. Eso tiene que ser una decisión consciente de cada ser
humano. Si lo hacemos, nos recibirá con los brazos abiertos. ¿Qué decisión
tomarás?.
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