Prueben y vean que el
Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian. Teman al Señor, ustedes sus santos, pues nada les falta a los que le
temen. Salmo 34:8-9
La
sutileza de una caricia amorosa siempre nos hace estremecer. Son toques suaves
que llegan al corazón y renuevan las fuerzas. La caricia de una madre anima al
hijo frente a las inclemencias de un mundo frío e indiferente. El toque amoroso
de una esposa amante fortalece el amor y la fidelidad conyugal. Del mismo modo,
las caricias de Dios engendran nuevo vigor.
Las
caricias del Señor vienen envueltas en bendiciones tanto grandes como pequeñas,
y están disponibles constante y permanentemente. Cuando las espinas de la vida
nos lastiman, nuestro Padre celestial ofrece con generosidad la caricia de su
consuelo, que mitiga el dolor. Si nos equivocamos y el pecado hace presa de
nosotras, la caricia del perdón nos toca si la pedimos al Señor con fe y
humildad.
¡Caricias
de Dios, cotidianas y sutiles! ¡Qué bendición tan grande!
Cuando
la noche cubra el mundo, levanta tu vista al cielo y recibe la caricia de Dios
transformada en millones de estrellas, que dan testimonio de que Dios tiene
control de todo el universo. Cuando el perfume suave y delicado de las flores
llegue hasta ti, entonces recibirás la caricia de Dios que te dice que, si
tiene cuidado de las flores más pequeñas, con mucha mayor razón va a cuidar de
ti. Si la pequeña mano suave y frágil de un bebé toca la tuya, cierra los ojos
y reflexiona en el gran milagro que eres tú, pues Dios te dio la vida y promete
cuidarte. Y si te encuentras de frente al inmenso océano, piensa que mucho más
grande es la bondad de Dios, que se despliega generosa y abundante cada vez que
la necesitas. Es tan, tan magnífica la misericordia de Dios, que te brinda la
oportunidad de volver a empezar la marcha de la vida, aunque te hayas caído y
lastimado.
Hoy
es un buen día para que disfrutes de las caricias de Dios, que vienen envueltas
en bendiciones reservadas exclusivamente para ti. Pídele que te muestre su
ternura mediante el toque suave de la fe, y haz silencio para sentir el roce de
Dios.
Descansa
en él completamente. Recuerda bien que: “La bendición del Señor trae riquezas,
y nada se gana con preocuparse” (Proverbios 10:22).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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