viernes, 13 de septiembre de 2013

LA CARICIA DE DIOS


Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian. Teman al Señor, ustedes sus santos, pues nada les falta a los que le temen. Salmo 34:8-9

La sutileza de una caricia amorosa siempre nos hace estremecer. Son toques suaves que llegan al corazón y renuevan las fuerzas. La caricia de una madre anima al hijo frente a las inclemencias de un mundo frío e indiferente. El toque amoroso de una esposa amante fortalece el amor y la fidelidad conyugal. Del mismo modo, las caricias de Dios engendran nuevo vigor.

Las caricias del Señor vienen envueltas en bendiciones tanto grandes como pequeñas, y están disponibles constante y permanentemente. Cuando las espinas de la vida nos lastiman, nuestro Padre celestial ofrece con generosidad la caricia de su consuelo, que mitiga el dolor. Si nos equivocamos y el pecado hace presa de nosotras, la caricia del perdón nos toca si la pedimos al Señor con fe y humildad.

¡Caricias de Dios, cotidianas y sutiles! ¡Qué bendición tan grande!

Cuando la noche cubra el mundo, levanta tu vista al cielo y recibe la caricia de Dios transformada en millones de estrellas, que dan testimonio de que Dios tiene control de todo el universo. Cuando el perfume suave y delicado de las flores llegue hasta ti, entonces recibirás la caricia de Dios que te dice que, si tiene cuidado de las flores más pequeñas, con mucha mayor razón va a cuidar de ti. Si la pequeña mano suave y frágil de un bebé toca la tuya, cierra los ojos y reflexiona en el gran milagro que eres tú, pues Dios te dio la vida y promete cuidarte. Y si te encuentras de frente al inmenso océano, piensa que mucho más grande es la bondad de Dios, que se despliega generosa y abundante cada vez que la necesitas. Es tan, tan magnífica la misericordia de Dios, que te brinda la oportunidad de volver a empezar la marcha de la vida, aunque te hayas caído y lastimado.

Hoy es un buen día para que disfrutes de las caricias de Dios, que vienen envueltas en bendiciones reservadas exclusivamente para ti. Pídele que te muestre su ternura mediante el toque suave de la fe, y haz silencio para sentir el roce de Dios.

Descansa en él completamente. Recuerda bien que: “La bendición del Señor trae riquezas, y nada se gana con preocuparse” (Proverbios 10:22).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado

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