sábado, 14 de septiembre de 2013

LIBERTAD DEL PECADO Y DE LA MUERTE


Mientras estaba aún hablando, apareció una nube luminosa que los envolvió, de la cual salió una voz que dijo: “Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él. ¡Escúchenlo!” (Mateo 17:5).

Hace unos días comenté que el camino hacia la gloria es el sendero angosto de la cruz. La transfiguración ilustra esto de manera asombrosa. Los discípulos estaban desanimados por la descripción que hizo Jesús de su próximo sufrimiento. Seguramente estarían mucho más desanimados cuando experimentaran lo que les había anunciado.

No estaban preparados para soportar un dolor tan grande.

Con el fin de ayudarlos a prepararse para el trauma de la cruz, Jesús permitió que Pedro, Santiago y Juan lo acompañaran a la cumbre del monte donde fue transfigurado. Allí oyeron la voz de Dios que anunciaba una vez más: “Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él” (Mateo 17:5). Se había hecho el mismo anuncio en ocasión del bautismo de Cristo.

Cuando somos bautizados, aunque no veamos la paloma ni escuchemos la voz, no existe duda de que el Señor se complace en nosotros y nos hace sus hijos y sus hijas.

Los hijos no son esclavos. Jesús explicó a los discípulos que los hijos de Dios son libres.

Juan presentó un diálogo interesante en el cual Jesús expresó la misma idea: “Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: ‘Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres’.

‘Nosotros somos descendientes de Abraham’, le contestaron, ‘y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados?’ ‘Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado’, respondió Jesús. ‘Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. Así que sí el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres’” (Juan 8:31-36).

La libertad que Jesús les ofreció, además de la libertad del pecado, también incluye la libertad de la muerte. Paradójicamente, únicamente cuando aceptamos la cruz de Cristo podemos encontrar verdadera libertad. Si hemos encontrado la autoridad de Aquel a quien queremos servir y obedecer, hemos encontrado el secreto de la libertad. El ser humano solo es libre cuando se somete a la autoridad de Dios y obedece su santa ley que se llama “la ley que nos da libertad” (Santiago 2:12). ¿Ya eres libre?

Lecturas Devocionales para Jóvenes 2013
¿Sabías qué..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix Cortez


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