Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma
de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense
mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. Efesios 4: 31-32
La
intolerancia genera conflictos en las relaciones personales. Consiste en la
dificultad que muchas personas tienen para aceptar las opiniones, actitudes y
comportamientos de los demás, al percibir que son diferentes a los propios. Ser
intolerante va en contra de lo que la Palabra del Señor dice, cómo señaló el
apóstol Pablo: «Les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han
recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en
amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la
paz» (Efesios 4: 1-3).
Durante
su ministerio terrenal, Jesús demostró la tolerancia que cada hijo de Dios debe
tener. Aunque nunca condescendió ni disculpó el pecado, pudo sentarse a la mesa
con recaudadores de impuestos, permitió que una mujer pecadora lavara sus pies,
y simpatizó con la naturaleza de los niños cuando pidió a sus discípulos que lo
dejaran acercarse a él.
La
tolerancia surge de un corazón humilde y convertido gracias al amor de Dios. La
tolerancia es la capacidad que tenemos de ser sensibles a las necesidades de
los demás, y respetuosas de sus opiniones, aunque no estén de acuerdo con las
nuestras. El consejo del apóstol Pablo al respecto es: «Corno escogidos de
Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad,
amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si
alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también
ustedes. Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto»
(Colosenses 3: 12-14).
La
convivencia diaria con nuestra familia, con nuestros compañeros de trabajo, con
amigos, con jefes y vecinos, nos exige cieno grado de tolerancia. En ocasiones
incluso somos intolerantes con nosotras mismas. Nuestro amor propio está
deteriorado, y eso nos impide aceptamos y aceptar a los demás como somos.
Amiga,
¿cómo está la relación con tu esposo, tus hijos, tus amigas? ¿Tienes
dificultades para relacionarte con ellos? Si es así, arrodíllate humildemente
ante el Señor y pídele que sane la parte enferma de tu alma, y que te dé la
capacidad de aceptar a los demás tal como son.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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