Cuando les dimos a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo en
todo su poder, no estábamos siguiendo sutiles cuentos supersticiosos sino dando
testimonio de su grandeza, que vimos con nuestros propios ojos.
2 Pedro 1:16
En
la biografía que escribió Paco Ignacio Taibo II sobre el revolucionario
mexicano Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa, recoge una frase
anónima referente al personaje: “No están mal las leyendas, porque no tienen
leyenda los que no se la merecen”.
Pancho
Villa se ha convertido con los años en una verdadera leyenda. Ramón Puente, uno
de sus biógrafos, dice: “No lo entienden. Harán de él caricaturas, semblanzas
de un detalle o de un aspecto de su persona; fabricarán con él leyendas y
novelas”. Al parecer, él mismo intuía que su vida sería legendaria, porque dijo
a un periodista: “Amigo, la historia de mi vida se tendrá que contar de
distintas maneras”.
Por
ejemplo, su lugar de nacimiento ha sido objeto de las más absurdas historias.
Según un diccionario editado en 1965, era colombiano, hijo de padre colombiano
y madre mexicana.
Nació
supuestamente en Medellín; a los cuatro años, sus padres habrían emigrado a
México y se establecieron en Durango. Esta excéntrica versión se originó en la
Enciclopedia Sopeña, editada en la década de 1930.
Los
estadounidenses también reclamaron la ciudadanía de Villa. Varios soldados del
décimo batallón de caballería juraron que su nombre real era Goldsby y se
incorporó al ejército en Maryland. Después habría tenido problemas en el
ejército y cruzó la frontera hacia México donde se hizo bandolero, para luego
convertirse en revolucionario.
En
1956, Marsilio T. Álvarez afirmó que Pancho Villa era centroamericano,
basándose en datos que consideraba exactos. Por su parte, el historiador
soviético Lavrensky aseguraba que Villa era un mestizo de origen español e
indígena tarahumara.
Siempre
me ha parecido fascinante observar cómo diferentes sociedades y comunidades han
peleado el derecho de que Pancho Villa sea en alguna medida parte de ellas.
Esto me hace pensar en algo todavía más extraordinario. Cristo Jesús, el Hijo
del Padre, que ha conquistado el mal y se ha sentado a la diestra de Dios, ¡es
también un ser humano! Adoptó nuestra naturaleza humana para siempre.
Por
los siglos de los siglos, los seres humanos tendremos la tristeza de haber sido
la única raza que se rebelara contra el gobierno justo y amante de Dios, pero
también el privilegio de decir que nuestro hermano está sentado en el trono del
universo. ¿No te parece estupendo?.
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