martes, 3 de septiembre de 2013

NICODEMO


El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Juan 3:3.

Nicodemo ocupaba un puesto elevado y de confianza en la nación judía. Era un hombre muy educado, y poseía talentos extraordinarios. Como otros, había sido conmovido por las enseñanzas de Jesús. Aunque rico, sabio y honrado, se había sentido extrañamente atraído por el humilde Nazareno. Las lecciones que habían caído de los labios del Salvador lo habían impresionado grandemente, y quería aprender más de estas verdades maravillosas.

Pero él no visitó a Jesús de día. Habría sido demasiado humillante para un príncipe de los judíos declararse simpatizante de un maestro tan poco conocido. Haciendo una investigación especial, llegó a saber dónde tenía el Salvador un lugar de retiro, aguardó hasta que la ciudad quedase envuelta por el sueño, entonces salió en busca de Jesús.

“Rabí –dijo–, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él”. Al hablar de los raros dones de Cristo como maestro, y también de su maravilloso poder de realizar milagros, esperaba preparar el terreno para su entrevista. Pero, en su infinita sabiduría, Jesús vio delante de sí a uno que buscaba la verdad. Conocía el objeto de esta visita, y con el deseo de profundizar la convicción que ya había penetrado en la mente del que lo escuchaba, fue directamente al tema que le preocupaba, diciendo solemne, aunque bondadosamente: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3)...

Esta declaración resultó muy humillante para Nicodemo, y sintiéndose irritado respondió a Cristo: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?” Pero el Salvador no contestó a su argumento con otro. Levantando la mano con solemne y tranquila dignidad, hizo penetrar la verdad con mayor seguridad: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (vers. 4, 5)...

En esta entrevista memorable, Cristo estipuló principios de gran importancia para todos. Definió las condiciones de la salvación en términos claros, y destacó la necesidad de una vida nueva... Tan ciertamente como se aplicaban al gobernante judío, estas palabras están dirigidas a todo el que invoca el nombre de Cristo, que ha decidido seguir al manso y humilde Jesús – Youth’s Instructor, 2 de septiembre de 1897; parcialmente en El Deseado de todas las gentes, pp. 140-143.

Tomado de  Meditaciones Matutinas para adultos 2013
"Desde el corazón"

Por Elena G. de White

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