Vale más llorar que reír; pues entristece el rostro, pero le hace bien
al corazón. Eclesiastés 7:3
Las lágrimas
parecen ser un necesario complemento de la personalidad femenina.
Las mujeres
lloramos de alegría y también motivadas por la tristeza.
Asimismo
lloramos al estar enojadas o cuando estamos contentas. Por lo tanto, una
“sesión” de llanto nunca se puede predecir. En los momentos menos esperados,
somos capaces de llorar hasta quedar “secas”.
Las lágrimas
pueden brotar debido a una emoción, a un pensamiento, a una imagen, a un
recuerdo, a un olor, al sabor de algo, a una melodía, o quizá a causa de un
gran ruido; todas estas razones son motivos más que suficientes para llorar.
Algunos
estudios científicos establecen que la responsable de las lágrimas femeninas es
una hormona llamada prolactina, que abunda más en las mujeres que en los
hombres.
Uno de los
versículos más consoladores para las que creen que llorar es muestra de
debilidad y se avergüenzan de sus lágrimas, está registrado en el Evangelio de
Juan, donde dice: “Jesús lloró” (Juan 11:35). Las lágrimas de Cristo estaban
impregnadas de amor y de compasión al ver el sufrimiento de los demás. Fue un
llanto no solamente de compasión, sino también de empatía.
Las lágrimas
de tristeza por el pecado, las que derramamos cuando nuestro corazón es llamado
al arrepentimiento; las que surgen del corazón contrito y humillado, son
lágrimas asociadas a la promesa bíblica que dice: “Dichosos los que lloran,
porque serán consolados” (Mateo 5:4). Sin embargo, las lágrimas que se utilizan
como un arma para manipular a los demás, las que están cargadas de soberbia y
orgullo, no buscan consuelo ni lo recibirán; más bien tienen otro tipo de
intenciones, todas ellas negativas.
Amiga, si
lloramos debemos hacerlo por los motivos correctos. Recuerda las palabras del
sabio: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace
bajo el cielo: [...] un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo
para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto” (Eclesiastés 3:1,4).
Un rostro
alegre glorifica al Señor. Salomón dijo que había un tiempo y un momento para
todo, tanto para reír como para llorar. Las dos cosas tienen un espacio en la
experiencia cristiana.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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