Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo. Efesios 5:21
Una de las situaciones
más complicadas que he vivido la experimenté cuando, junto con varias amigas,
nos dispusimos a adquirir la vestimenta que utilizaríamos en determinada
celebración. De más está decir que la empleada de la tienda que nos atendió
terminó exhausta y frustrada, pues entre todos los vestidos que nos mostró
ninguno llegó a ajustarse a los deseos y expectativas de todas.
Cuando
elegíamos algún modelo, resultaba que las tallas no se ajustaban a todas y
luego algunas, con el deseo de no echar por tierra la difícil selección,
insistían en que todas debíamos “ajustarnos” a las tallas disponibles. ¡Eso era
imposible!
Todas teníamos
tallas diferentes y nuestras medidas corporales variaban. Luego, las emociones
comenzaban a fluir: frustración, molestia, cansancio; todo ello fue el
complemento de la jornada.
Algo parecido
suele suceder en nuestra convivencia con los demás. Olvidamos la necesidad de
respetar las diferencias individuales. Pues bien, si físicamente somos todas
diferentes, también lo seremos en lo emocional y en lo espiritual.
Cada quien
percibe su entorno de acuerdo a lo que ve a través de su ventana emocional.
Las
experiencias adquiridas en el hogar, en el medio físico en que nacimos y
crecimos, las tendencias genéticas, todo ello hace de cada persona un ser
único.
Una
convivencia feliz está garantizada si nos mantenemos atentas a las necesidades
de los demás, y si respetamos las diferencias individúales. Pensemos en quienes
nos rodean como si fueran los colores de un arco iris; aunque diferentes, su unión
forma una incomparable armonía. Una palabra clave en la vida es precisamente
esa: “armonía”.
Jesús, durante
toda su vida, se relacionó con los niños, con las mujeres, con los pobres y con
los ricos. Fue sensible a las necesidades de la mujer que lo ungió con un
perfume especial; fue solidario ante la congoja de Marta y María cuando Lázaro
murió.
Amiga, ojalá
que las palabras de Elena de White te sean de gran ayuda en este día: “Cuando
atesoramos el amor de Cristo en el corazón, así como una dulce fragancia no
puede ocultarse, su santa influencia la percibirá la gente con quien nos
relacionamos” (El camino a Cristo, cap. 9, p. 114).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
“Aliento para cada día”
Por Erna Alvarado
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